Darío Fiori
Ay, Tate, Tate. No va ni para adelante ni para atrás. O, mejor dicho, no va ni para adelante y, si retrocede, retrocede muchos casilleros. Es alarmante la falta de volumen de juego. En estos tres partidos, se observa a un equipo sin ideas claras en el terreno de juego. Ni los cambios en la alineación ni las incorporaciones lograron encontrar la fórmula que impulse al equipo hacia adelante de manera coherente y constante. Lo que se percibe es una disonancia entre las piezas, sin que ninguna logre hacer que el engranaje colectivo funcione como debe. Ante esta situación, no cabe duda de que la responsabilidad recae sobre un único hombre: Cristian González. Como director técnico, es él quien tiene la última palabra sobre cómo se desempeña el equipo, y es su tarea resolver estos problemas de base. El técnico tiene la responsabilidad de construir un equipo que, más allá de sus individualidades, sepa atacar, defender y generar situaciones de peligro de manera colectiva. Sin embargo, lo que vemos es un conjunto desconectado, sin una estructura clara, donde los jugadores no logran hilvanar jugadas ni crear espacios en el campo rival. Esta falta de vinculación es alarmante, ya que la mayoría de los futbolistas, a diferencia de lo que sucedía el año pasado, tiene calidad para jugar a otro nivel, pero no parece haber una idea de juego que los una y los haga rendir al máximo. No basta con tener buenos futbolistas; el sistema de juego debe estar diseñado para potenciar sus capacidades. El equipo parece carecer de una idea común que guíe cada una de sus acciones, lo que se refleja en la falta de profundidad y en la inconsistencia a lo largo de los partidos. Los cambios tácticos implementados no parecen haber tenido el impacto deseado, y lo que queda claro es que la solución no pasa por incorporar más jugadores, sino por encontrar una estructura y un estilo de juego que funcione.
Es cierto que los entrenadores deben adaptarse a las características de los jugadores que tienen, pero lo que preocupa es que no hay una evolución evidente en el juego de Unión. Se incorporaron nuevos jugadores, tal vez con la esperanza de darle frescura al equipo, pero los cambios no han tenido el impacto esperado. A pesar de los esfuerzos por ajustar la plantilla, el equipo sigue mostrando carencias en cuanto a su volumen de juego. Y aquí es donde entra la responsabilidad de González: como cabeza del equipo, es él quien debe lograr que todos los engranajes funcionen de manera armónica. Esto incluye decidir si cambia el sistema táctico, si opta por nuevas formaciones o si decide dar oportunidad a nuevas piezas. Lo cierto es que, hasta ahora, la falta de un plan claro es un déficit que se percibe en cada partido. No se trata solo de juntar nombres en el campo, sino de que haya un plan colectivo que los jugadores sepan ejecutar con convicción. Y hasta ahora, ese plan parece estar ausente. El fútbol no es solo cuestión de poner a los mejores jugadores en el campo; es necesario que haya un juego organizado, una estructura táctica que permita al equipo generar y sostener el juego ofensivo durante los 90 minutos. Si no se logra esto, cualquier cambio de jugadores o estrategia es apenas un parche que no resuelve el problema de fondo. La crítica no busca ser destructiva, sino un llamado a la reflexión. La hinchada de Unión quiere ver un equipo que no solo compita, sino que tenga una idea clara en la cancha, que sepa a lo que juega y que, aunque no siempre consiga resultados inmediatos, deje claro que hay un trabajo detrás. Cristian González tiene el respaldo de la dirigencia y de muchos hinchas que esperan que se logren los resultados, pero, sobre todo, que el equipo muestre un fútbol que convenza. La responsabilidad de darle volumen de juego a Unión es suya, y si el equipo no logra encontrar el rumbo, será él quien cargue con la principal responsabilidad.

Es cierto que los entrenadores deben adaptarse a las características de los jugadores que tienen, pero lo que preocupa es que no hay una evolución evidente en el juego de Unión. Se incorporaron nuevos jugadores, tal vez con la esperanza de darle frescura al equipo, pero los cambios no han tenido el impacto esperado. A pesar de los esfuerzos por ajustar la plantilla, el equipo sigue mostrando carencias en cuanto a su volumen de juego. Y aquí es donde entra la responsabilidad de González: como cabeza del equipo, es él quien debe lograr que todos los engranajes funcionen de manera armónica. Esto incluye decidir si cambia el sistema táctico, si opta por nuevas formaciones o si decide dar oportunidad a nuevas piezas. Lo cierto es que, hasta ahora, la falta de un plan claro es un déficit que se percibe en cada partido. No se trata solo de juntar nombres en el campo, sino de que haya un plan colectivo que los jugadores sepan ejecutar con convicción. Y hasta ahora, ese plan parece estar ausente. El fútbol no es solo cuestión de poner a los mejores jugadores en el campo; es necesario que haya un juego organizado, una estructura táctica que permita al equipo generar y sostener el juego ofensivo durante los 90 minutos. Si no se logra esto, cualquier cambio de jugadores o estrategia es apenas un parche que no resuelve el problema de fondo. La crítica no busca ser destructiva, sino un llamado a la reflexión. La hinchada de Unión quiere ver un equipo que no solo compita, sino que tenga una idea clara en la cancha, que sepa a lo que juega y que, aunque no siempre consiga resultados inmediatos, deje claro que hay un trabajo detrás. Cristian González tiene el respaldo de la dirigencia y de muchos hinchas que esperan que se logren los resultados, pero, sobre todo, que el equipo muestre un fútbol que convenza. La responsabilidad de darle volumen de juego a Unión es suya, y si el equipo no logra encontrar el rumbo, será él quien cargue con la principal responsabilidad.
La versión de Unión 2025 está completamente anestesiada, sin reacción alguna frente a lo que parece un desenlace inevitable. En su fútbol, apenas se percibe una pizca de amor propio, ese impulso tan necesario para afrontar las adversidades con temple. Surge la pregunta: ¿hacia dónde va Unión? ¿Cuál es la propuesta de juego que intenta implementar su entrenador? En este comienzo del torneo, con un solo punto de nueve posibles, no parece haber claridad en su proyecto. La incógnita persiste: qué está frenando a este equipo de escapar del callejón oscuro en el que se encuentra? El camino hacia la mejora parece desdibujado, y las expectativas sobre su desempeño siguen en el aire. La desconexión entre los jugadores y su hinchada es palpable. Aquellos corazones que normalmente llenan las tribunas con fervor, esta vez se limitan a despejar la mirada, sin intenciones de alentar ni de saludar a sus propios jugadores. ¿Acaso son estos futbolistas los que realmente representan al club? Solo en contadas ocasiones podría decirse que sí. El silencio que se vive en el vestuario es ensordecedor; un zumbido incómodo que se siente cada vez más cercano. Cada partido que juega Unión es una condena, una invitación a la desesperación, un sinsabor que se extiende a lo largo del torneo. Tres fechas han pasado, y aunque el horizonte no parece prometedor, parece que el torneo no invita a jugarlo, sino solo a sufrirlo, profundamente, en el alma.
La situación no es muy diferente en Unión en este torneo. Parece completamente desorientado, anestesiado por completo, sin signos de recuperación (algunos pasajes de buen fútbol en los complementos, pero no alcanza) y muy lejos de mostrar una pizca de fantasía. En cada partido, Unión se enfrenta a una metamorfosis emocional, como si el comportamiento dentro del campo de juego reflejara su existencia misma. Comienzan cada encuentro con la esperanza de que la mente no esté nublada, pero esa claridad dura tan poco como un suspiro. Con el primer error cometido, se desmoronan. La estructura defensiva, que parecía sólida, se desploma ante el primer golpe. Unión se refugia, temeroso, buscando esquivar cualquier golpe bajo del rival, aunque en muchos casos no existe ni siquiera un rival tangible, sino solo sombras. En este estado de desesperación, se encuentra en una parálisis, esperando que la estocada final llegue. El temor a la derrota predomina, ahogando cualquier deseo de ganar. Un gol en contra se convierte en una condena irremediable (desde agosto del año pasado que no revierte un resultado 2-1 vs San Lorenzo), en una caída libre al abismo, del que no sabe cómo salir. Lo que más duele en este Unión es la desconexión con su hinchada, que a principio de año agotó todas las plateas, pero no recibe nada a cambio, más que frustraciones y cambios de humor. La gente va al estadio cada dos semanas, gasta hasta lo que no tiene, pero la sensación general es que no creen ni en el equipo ni en el proyecto. Debería ser una preocupación urgente para el entrenador Cristian González y sus dirigidos. Necesitan recuperar la confianza de esa hinchada, aunque sea a través de un esfuerzo inmediato. La tarea es titánica, pero debe hacerse antes de que sea demasiado tarde.
Unión y la búsqueda de su identidad
Unión atraviesa un período de transformación, un proceso donde la necesidad de adaptarse a nuevas circunstancias se mezcla con la imperiosa urgencia de resultados. Atrás quedó el 2024 con la clasificación a la Copa Sudamericana. Este 2025 no comenzó de la mejor manera posible para el Tate, quien pone de manifiesto las fisuras de un plantel que aún no encuentra su equilibrio y cuya identidad sigue en construcción. ¿Qué fue lo que mostró en cancha en estos tres partidos? La falta de claridad en el juego y la escasa producción ofensiva parecen ser las principales preocupaciones del cuerpo técnico y los hinchas. Sin embargo, lejos de caer en la desesperación, es necesario reconocer que este es un proceso que aún está en desarrollo. Unión perdió piezas fundamentales de su esquema, como la dupla ofensiva compuesta por Adrián Balboa y Nicolás Orsini, y dos volantes clave, Joaquín Mosqueira y Simón Rivero, quienes aportaban no solo equilibrio, sino también una buena dosis de creatividad y dinamismo en el mediocampo. Las bajas de estos jugadores han dejado una herida difícil de sanar, pero también han dado paso a nuevas incorporaciones que, si bien muestran un potencial interesante, aún no logran integrarse completamente a un sistema que exige precisión y compromiso. El panorama es incierto, pero no por eso se puede descartar la posibilidad de que el equipo encuentre su camino. La llegada de futbolistas como Mauricio Martínez y Ezequiel Ham, quienes poseen un gran pie para el juego de posesión, y Franco Fragapane y Julián Palacios, con su capacidad desequilibrante, ofrece un aire fresco. Sin embargo, el proceso de adaptación es más complejo de lo que parece. Estos jugadores necesitan tiempo para entender las exigencias tácticas que impone el Kily González y, lo que es aún más importante, lograr una conexión efectiva con sus nuevos compañeros. La química de un equipo no se construye en dos semanas, y en este caso, esa sincronización parece ser la clave para que el equipo logre mejorar sus falencias y desarrollar su mejor versión.
El ciclo de Kily González ya comienza a pender de un hilo. No hay signos de evolución o mejoría. Cada partido muestra que ya llegó a su techo, y que mucho más de esto no puede ofrecer. Si, es verdad que el año pasado, a pesar de todo, hubo victorias que ocultaron, en parte, las falencias, sin embargo, esos tres puntos fueron un espejismo, un salvavidas en medio de una tormenta que, tarde o temprano, dejaría al descubierto las carencias estructurales de un conjunto que no encuentra el rumbo. Ahora, mirando al presente, los resultados no son los mismos, la confianza está por los suelos y la desesperación comienza a tomar el control. A pesar de los esfuerzos, el técnico no puede encontrar la fórmula que permita sacar lo mejor de los jugadores. Es una realidad que ya no se puede ocultar más, una realidad que, aunque difícil de aceptar, se debe enfrentar con claridad y decisión. La situación está al borde de un quiebre que, si no se toma una decisión ahora, será irreversible. Lo peor de todo es que la sensación de que esto puede terminar de la peor manera posible. Los dirigentes no deben cometer el mismo error que cometió con Gustavo Munúa, la renovación de un contrato a un DT que no daba señales de vida. El tiempo apremia, y los puntos siguen pasando. Si no se actúa ahora, el lamento será mucho mayor en un futuro cercano.

El colmo de la soberbia del Kily es su constante actitud de victimización, especialmente cuando se enfrenta a la prensa. En lugar de asumir sus responsabilidades y las del equipo, se escuda en excusas vacías, culpando al periodismo por cuestionar su trabajo. Como si fuera el único responsable de la crítica, el técnico se ha mostrado, una y otra vez, irritado por los reporteros que simplemente cumplen con su función: analizar y reflejar lo que ocurre en el campo. En lugar de hacer autocrítica, se coloca en una postura defensiva, como si fuera el guardián de la verdad y el único con la receta para salvar al equipo, cuando la realidad es otra. Es cierto que el fútbol no se puede entender de manera lineal, pero negar los problemas evidentes del plantel es simplemente una forma de evadir la responsabilidad.
Es indignante ver cómo, cuando el equipo se arrastra por la cancha, especialmente de visitante, se recurre a frases vacías como “esto es fútbol”, como si todo tuviera que ser justificado por esa excusa barata. El rendimiento de este equipo, lejos de mejorar, empeora con el paso del tiempo, y las señales de falta de ambición y actitud son cada vez más claras. Los jugadores no muestran garra ni personalidad, especialmente fuera de casa, donde el equipo parece desvanecerse por completo. ¿Qué clase de respuesta es esa, que ni siquiera se atreve a reconocer que algo no está funcionando?
Lo más frustrante de todo es la total ausencia de autocrítica por parte del entrenador. No solo no se ve una mejora táctica, sino que, además, parece que la idea de que todo está bien y que los problemas externos (como los medios de comunicación) son los responsables de todo es la línea oficial del cuerpo técnico. Kily, en lugar de poner el foco en lo que realmente importa – el funcionamiento del equipo, la actitud de los jugadores, la falta de ideas claras – prefiere continuar con su discurso de defensa inquebrantable y culpar a los demás. El fútbol es un deporte colectivo, y si el equipo no está dando la talla, la culpa recae, en primer lugar, en el que tiene la responsabilidad de dirigirlo. Es hora de que Kily González haga un examen de conciencia y deje de mirar hacia afuera para justificar lo que, a todas luces, es un fracaso propio. De nada sirve culpar a la prensa o a las circunstancias. Lo que realmente importa es lo que ocurre dentro de la cancha, y es ahí donde su falta de capacidad para hacer ajustes y encontrar soluciones es lo que más preocupa. Es hora de que se ponga al frente de su propio fracaso y deje de tratar de esconderlo bajo excusas y frases vacías. Solo así podrá dar ese paso que, hasta ahora, evitó: la autocrítica genuina y el reconocimiento de que, quizás, el camino recorrido hasta ahora no es el adecuado.
Otra vez Unión terminó regalando un primer tiempo…
Durante los últimos días de la semana pasada, se rumoreó que finalmente Cristian González había amagado con cambiar el esquema. Sin embargo, a último momento, al menos para la prensa, apareció con la línea de cinco con la que viene jugando. Ni Fragapane ni Julián Palacios fueron titulares; el Kily mantuvo a Paz y le devolvió a Del Blanco la titularidad, algo que no se presumía. En consecuencia, Cardozo; Gerometta, Paz, Pardo, Corvalán y Bruno Pittón; Mauro Pittón, Mauricio Martínez y Del Blanco; Gamba y Colazo fueron los elegidos por el Kily para salir a la cancha en la calurosa tarde de Victoria. ¿Qué le pasó al técnico? Simplemente, terminó admitiendo que no le gustó el 4-4-2 en la semana, aunque, según él, le terminó dando la razón en el segundo tiempo. Un poco contradictorio de su parte: «El equipo funcionó mejor con los goles, Tigre no nos llegó hasta la expulsión de Cardozo. Sé que tenemos que seguir mejorando en muchísimas cosas y encontrar el mejor jugador en su lugar para tener un mejor funcionamiento. Tuvimos situaciones claras, me hago responsable, pero no pudimos concretar. Cansa que hablen del sistema. Con línea de cuatro, el equipo funcionó mejor; con línea de tres llegamos a la Sudamericana. Hay que buscar el mejor funcionamiento como equipo».
Pasó lo que tenía que pasar. Terminó regalando un tiempo. El nivel futbolístico de los jugadores en estos tres partidos fue estrepitosamente bajo. Frente a esta situación, lo más preocupante no es que Unión se haya acostumbrado a la mediocridad, sino que, para muchos, esta mediocridad se transformó en una nueva normalidad, casi resignada, que ahoga las expectativas. Y lo peor de todo es que esta mediocridad no parece ser una anomalía transitoria, sino un patrón que se repite una y otra vez. Todo este cóctel de mediocridad, en el que jugadores, cuerpo técnico y dirigencia parecen estar desconectados de las verdaderas necesidades de Unión, lleva a pensar que cualquier objetivo más allá de la mediocridad será una verdadera sorpresa. «Yo sé que hay gente que no le gusta el equipo y después se van a terminar subiendo al barco, como ya ha pasado. Tenemos que empezar a fluir de la mejor manera. Deben entender todos que somos un equipo en formación», repitió el técnico, quien justificó el esquema inicial. Además, dijo que «fue el esquema que nos permitió salvarnos del descenso y luego nos llevó a jugar la Sudamericana», agregando que «reitero que el mercado de pases fue muy bueno». También reconoció que «no estamos sólidos en defensa, más allá de que el gol de hoy fue en pelota parada y cada uno tiene que hacerse cargo de su marca».
El tema no es que Unión haya perdido contra Estudiantes y Tigre. A priori, esas dos derrotas se podían prever, dadas las circunstancias y el contexto. El verdadero problema radica en la falta de una idea de juego. Al menos, el DT se dio cuenta de que no están siendo sólidos en defensa. Los últimos partidos del torneo anterior ya dejaban claro que la solidez defensiva era un punto flaco, y en estos 180 minutos no solo no mejoró, sino que empeoró. Está atrapado en una maraña de decisiones erróneas, tanto tácticas como en cuanto a la elección de los jugadores. La sensación es que se está ante más de lo mismo, pero en una versión más desastrosa. Tanta charla, tanta promesa de cambio y tanto discurso, para llegar a esto, para ver a un equipo sin rumbo, y lo más triste es que, por ahora, no se vislumbra ninguna solución a la vista. En cuanto al análisis del partido, Unión comenzó mucho mejor, pero le duró muy poco. En los primeros minutos, se repartían la tenencia de la pelota. Unión lateralizaba demasiado, de izquierda a derecha, para buscar el juego directo a Agustín Colazo o Lucas Gamba, mientras que Tigre hacía lo propio y trataba de abrir la cancha por el costado derecho con las subidas de Ortega y Fértoli. Había una correcta cobertura defensiva de Unión. Tigre salía sin mucho apuro desde el fondo de la cancha. Unión no ejercía la presión alta, dejaba que el rival tuviera el balón. El Tate trataba de neutralizar las subidas de sus laterales. Sin embargo, pese a un buen comienzo del bloque defensivo, seguía teniendo algunas complicaciones defensivas en el retroceso. Franco Pardo (5) ha sido, sin dudas, el jugador más regular de la defensa del Tate. Hace tiempo que mantiene un nivel aceptable, pese al flojo rendimiento del equipo en general. Aunque, como todo defensor, alternó buenas y malas con Ignacio Russo, un buen delantero que aguanta la pelota bien de espaldas y suele generar faltas en ataque. Una jugada clave a su favor fue cuando, a los 10 minutos del primer tiempo, salvó una pelota sobre la línea, evitando lo que bien podría haber sido el 1-0 para Tigre. Eso, sin duda, fue un punto a favor, porque Unión, en ese tramo del partido, seguía teniendo serios problemas defensivos, como ya venía pasando en los últimos partidos. En una jugada peligrosa, un pelotazo largo a espaldas de Bruno Pittón dejó a Pardo en una situación complicada. No estuvo firme en la cobertura, y Russo, con la habilidad que tiene, se aprovechó del forcejeo, ganó la marca y mandó el centro atrás. Por suerte, el disparo de un jugador de Tigre se fue por encima del travesaño.
Aunque es cierto que Unión cuenta ahora con jugadores capaces de proponer otro estilo de juego, el equipo seguía funcionando como si aún tuviera a Adrián Balboa y Nicolás Orsini en sus filas. Los defensores intentaban salir jugando desde el fondo, buscando trasladar la pelota unos metros con dominio, pero al final el balón siempre terminaba siendo enviado directamente hacia los dos delanteros, sin variar demasiado la dinámica. En cuanto a Lucas Gamba (4), su desempeño fue irregular a lo largo del partido. Se movió por todo el frente de ataque, probando suerte tanto por la derecha como por la izquierda, siempre buscando ser una opción constante para sus compañeros. No obstante, le costó imponerse en los duelos individuales, ya que, en varias ocasiones, trazó diagonales hacia el centro del campo, pero fue interceptado por los defensores de Tigre, quienes se mostraron sólidos y consiguieron neutralizarlo rápidamente. A los 20 minutos del primer tiempo, Gamba estuvo cerca de generar una jugada de peligro. Participó activamente en un contraataque por la banda izquierda, donde asistió a Agustín Colazo, quien quedó frente al arquero rival, Zenobio, en una posición inmejorable para marcar. Sin embargo, el arquero del conjunto de Diego Dabove logró tapar el remate, aunque la jugada ya había sido anulada por una posición adelantada de Colazo. A pesar de que la jugada no prosperó, esta situación dejó en evidencia que Unión comenzaba a encontrar ciertas debilidades en el sector derecho de Tigre, mientras que la movilidad de Gamba seguía siendo un dolor de cabeza para los defensores rivales. En cuanto a Agustín Colazo (4), su actuación dejó la sensación de que todavía le costaba adaptarse completamente a la categoría. Aunque estuvo cerca de anotar, en una jugada que parecía clara, Banegas despejó sobre la línea un centro de Del Blanco que lo había dejado en una posición favorable. El principal error de Colazo en esa jugada fue no haberse anticipado al balón, sino quedarse esperando el centro, lo que le permitió a la defensa rival reaccionar a tiempo y evitar el gol.

Una vez que Tigre comenzó a encontrar la pelota, se adueñó del trámite del partido. Inclinó todo el juego hacia las bandas, lo que obligaba a Nicolás Paz (5) a cerrar continuamente a espaldas de Francisco Gerometta. El santiagueño es uno de los jugadores más criticados por el hincha tatengue, pero terminó cumpliendo. No desentonó. Además, logró imponer su presencia en la zona izquierda del campo, dominando un enfrentamiento directo contra el tándem Banegas-Zalazar. Pasaban los minutos y el Matador seguía siendo avasallante en los primeros minutos, atacando siempre por los costados. Es el gran talón de Aquiles de Unión este año, la poca solidez defensiva que ofrecía. Duró muy poco la iniciativa de Unión en los primeros compases del partido. Perdía todas las divididas en la mitad de la cancha. Se notaba la superioridad de Tigre. Le faltaba gente en el sector central a Unión. En el caso de Mauro Pittón (3), lo mismo de siempre: el sacrificio para el despliegue, dejando todo en la cancha, pero no pudo ayudar a Mauricio Martínez. Lo hizo sin mucha dirección ni propósito. A la hora de cortar el juego en la zona media, estuvo completamente solo. No logró brindar el equilibrio que Unión necesitaba en la mitad de la cancha, y esa falta de apoyo en su rol defensivo hizo que Sciponi, Zalazar, Fértoli y Cabrera pudieran generar superioridad numérica hacia adentro con mucha facilidad.
Qué dilema el de Mauricio Martínez (2). Vamos por partes, porque, aunque Caramelo es un jugador que claramente sabe con la pelota en los pies, el planteo táctico del técnico lo dejó en una posición muy vulnerable. Al dejarlo solo en la mitad de la cancha, el equipo dependió de los apoyos de los internos para que no quedara desbordado, pero eso no sucedió. Martínez no logró encontrar su lugar en el sector central y, como consecuencia, se vio desbordado en varias jugadas. Un claro ejemplo de esto ocurrió cuando Cabrera filtró un pase perfecto que habilitó a Ignacio Russo, quien intentó picarla ante la salida desesperada de Cardozo. Por suerte para Unión, el defensor rojiblanco llegó justo a tiempo y despejó sobre la línea, evitando lo que podría haber sido el 1-0 de Tigre. En todo momento, el Matador se mostró mucho más claro con la pelota. Tigre tocaba rápido y era vertical, algo que contrastaba completamente con el juego de Unión, que se estancaba cuando pasaba por los pies de Martínez. En esos momentos, el ex Rosario Central y Racing era constantemente presionado por dos o tres jugadores, lo que le impedía distribuir el juego con libertad. Para colmo, en el gol de Tigre, Martínez terminó perdiendo la marca de Nehuén Paz. Lleva tres partidos jugados y no mostró nada de lo que puede aportar.
Tigre mostró una notable rapidez en sus transiciones entre defensa y ataque, logrando sumar un número considerable de jugadores al frente de cada ofensiva. La intención era clara, y la llegada a la zona rival era frecuente, aunque carecía de precisión y claridad en los momentos finales de sus jugadas. A medida que el partido avanzaba, y especialmente después de que el elenco de Victoria comenzó a generar peligro con Russo, el rendimiento de Unión sufrió un cambio notorio. El equipo de Santa Fe se vio superado y comenzó a sentir una presión constante, presionando solo con Pittón y Colazo. Pese a ese control, el conjunto de Diego Dabove se encontraba con la dificultad de traducir su superioridad en goles. La impresión era que Tigre comenzaba a ser más incisivo, más profundo. El partido se jugaba de 3/4 a 3/4. No había presencia ofensiva, ni por el lado del dueño de casa ni por el lado de Unión, quien carecía de ductilidad en la administración del balón. Eran todos errores no forzados. No había juego asociado, ni triangulaciones. El único patrón era abrir la cancha por el costado derecho para encontrar una cabeza. No aceleraba. Jugaba a un ritmo totalmente lento. Francisco Gerometta (4) mostró algunas intentonas por avanzar por la banda derecha, pero esos avances fueron tibios y carecieron de la profundidad necesaria para generar verdadero peligro. Además, sus centros, en su mayoría, no encontraron destinatarios dentro del área. Sin embargo, en la segunda mitad, Tati logró mejorar su rendimiento defensivo, especialmente en el aspecto de la marca. Durante gran parte del epílogo del partido, cuando Unión logró dominar las acciones y se mostró superior, su rendimiento defensivo fue más destacable.

A los 38 minutos, la segunda situación más clara del partido, ¿para quién fue? Para Tigre. Otra vez, Ortega volvía a generar peligro por el carril derecho, y el centro atrás le quedó a Ignacio Russo, con la pelota boyando. El golero tatengue arqueó su cuerpo para que la pelota pegara en el caño izquierdo y luego en su espalda, lo que originó un tiro de esquina. De ese tiro de esquina, el exjugador de Instituto tuvo una volea que se fue desviada. Tigre movía el árbol en busca de que cayeran las naranjas. Lo mejor que le podía pasar a Unión era que terminara el primer tiempo, hasta que, a los 42 minutos, Nehuén Paz, de cabeza, le ganó la marca a Mauricio Martínez y conectó el golpe de cabeza para el 1-0. Gol de Tigre. El local era superior al Tatengue, y Nehuén Paz conectó un córner enviado desde la derecha, poniendo al local arriba en el marcador. A Unión le falta una conexión entre el medio y los delanteros, lo cual se nota mucho. Lo mejor del Tate en el partido contra Boca se vio con la energía de Fragapane y sus ganas de controlar esos espacios. Solo el Kily y su cuerpo técnico saben por qué la línea de 5 sigue siendo la elegida, pero desde afuera parece que cambiar a una línea de 4 haría que el equipo funcionara mucho mejor y no dependiera de destellos personales. Desde que comenzó el torneo, Unión juega cuando se siente presionado por la derrota. Nunca juega bien cuando el marcador está 0-0.
En el segundo tiempo, el Kily cambió el sistema táctico y Unión mejoró, pero no alcanzó
En esos dos partidos, el Kily se dio cuenta de que, con el plantel que tenía, el equipo estaba más hecho para jugar que para correr. La tenencia del balón y el control del juego eran aspectos que podrían haber marcado la diferencia, pero esto requería un mediocampo más poblado y una mayor concentración en la transición defensiva y ofensiva. Si el entrenador optaba por modificar el esquema táctico para darle protagonismo al mediocampo y mejorar la circulación del balón, podría haber empezado a gestarse una identidad más sólida. Desde que el Kily González asumió como técnico de Unión, el tema del esquema táctico se convirtió en una cuestión recurrente, una charla que se extendió casi hasta el infinito. Se habló, se analizó, se criticó y, sobre todo, se discutió sobre esa famosa línea de cinco defensores que tantas veces formó parte de su planteo. Esta formación, que podía haber parecido rígida para algunos, fue el punto de partida del Kily para empezar a plasmar su estilo en el equipo. Sin embargo, hubo una excepción que marcó un antes y un después en su planteo táctico: lo curioso, casi como una ironía del destino, es que el mismo Tigre, que fue el rival en ese partido donde el Kily dio el primer paso hacia un cambio táctico, terminó siendo nuevamente el equipo ante el cual el Kily tuvo que recurrir a otra variante para asegurar la permanencia en la categoría. El partido del 25 de noviembre quedó en la memoria de todos los hinchas como un punto de inflexión en la lucha por la permanencia, con el inolvidable gol de Kevin Zenón desde fuera del área. En ese encuentro, el Kily decidió modificar nuevamente su esquema, ajustando las piezas ante un rival complicado. Por ejemplo, el ingreso de Franco Pardo como volante central tras la expulsión de Joaquín Mosqueira ante Belgrano fue una de las soluciones tácticas que el Kily encontró sobre la marcha.
El Kily no inventó la línea de cinco; simplemente la heredó de su antecesor, Sebastián Méndez. Pero no se quedó en lo mismo. Le imprimió su propio sello, mejoró lo que encontró y sumó jugadores clave que, hoy por hoy, eran imprescindibles en el equipo. El caso de Franco Pardo fue un claro ejemplo de esa evolución, un volante que se fue ganando un lugar de a poco, sin prisa, pero con firmeza. Lo mismo ocurrió con Bruno Pittón, cuyo aporte en defensa y ataque fue de gran valor, sumando también algunos momentos donde jugadores como Vargas le dieron un toque diferente. El Kily les dio oportunidades a varios, incluyendo a Del Blanco, que también jugó su parte, aunque de manera más intermitente. Sin embargo, la estructura básica no cambiaba: la defensa seguía siendo el eje y, a partir de ahí, se construía el equipo. Hoy, cuando el Kily ya llevaba un par de partidos en este ciclo que superaba el año y medio, se empezaba a notar que el equipo tenía nuevas variantes que antes no existían. No se trataba de un plantel completamente nuevo, pero sí con jugadores que aportaban frescura y diferentes recursos. Por eso, el tiempo fue clave. Fue necesario darle espacio a estas incorporaciones para que se ajustaran al sistema y lograran esa tan ansiada química en la cancha. Los nuevos nombres sumaron alternativas y posibilidades que antes no se tenían, lo que implicaba una responsabilidad extra para el entrenador. Ahora, con las piezas que él mismo pidió, la obligación era sacarles el mayor rendimiento posible. Era una tarea que el Kily sabía que podía manejar, porque llegó a Unión con esa capacidad de adaptarse y, lo más importante, con la intención de que cada cambio que implementara fuera para mejorar lo que ya había. Sin duda, su llegada a Santa Fe marcó un antes y un después en cuanto a la mentalidad y las formas de ver el fútbol en el club. Ahora, con los refuerzos y un esquema que poco a poco iba tomando forma, la prueba estaba en cada partido, en cada decisión táctica que el Kily seguía tomando con la esperanza de llevar a Unión hacia la consolidación definitiva. Con esa decisión, logró que el equipo se parara con una línea de cuatro, pero también con más equilibrio en la mitad de la cancha, sobre todo con la aparición de Mauricio Martínez al lado de Mauro Pittón, lo que permitió a los volantes tener más libertad para generar juego desde un sector más estratégico del campo.
El 4-4-2 fue la formación que propuso el Kily en este segundo tiempo. Durante gran parte del complemento, logró meter a Tigre contra su propio arco. El manejo de pelota de Unión fue claramente superior. Se animaban a ir hacia adelante, mientras que Tigre no podía tener la pelota en este periodo. Los volantes del Tate empezaron a crecer y a doblegar a los mediocampistas de Tigre. En el arranque del segundo tiempo, Franco Fragapane (5) estuvo cerca de marcar con un remate que tapó el arquero de Tigre. Fue de mayor a menor, pero es otro jugador que debe comenzar desde el arranque. Diego Dabove tomó nota y mandó a Saralegui, Romero y González para darle un poco de aire y equilibrio a la mitad de la cancha. En este equipo no puede faltar Ezequiel Ham (6), el mejor de Unión. Se paró como una especie de enganche y demostró ingenio para manejar la pelota e intentar asociarse con sus compañeros. Zenobio mandó al córner un remate del volante que tenía destino de red. Debe ser titular. Julián Palacios entró a volantear por el costado derecho, pero no tuvo el desequilibrio esperado. Tomó muchas malas decisiones con la pelota en los pies. Tuvo un remate de media distancia que controló el golero Zenobio. Al final, desperdició una contra en la que el Tate tenía chances de llegar al empate.
Es necesario resaltar la progresión de Mateo Del Blanco (5), quien esta vez tuvo un rol más adelantado en el campo –el único acierto que tuvo el DT en la noche de Victoria –. Finalmente, el Kily entendió que debía ubicarlo unos 20 metros más arriba del lateral l izquierdo, en su posición natural como volante por izquierda, lo que permitió que su juego floreciera de manera más efectiva. Esta vez, por primera vez en mucho tiempo, terminó jugando donde realmente puede aportar más, en la zona de volantes, lo que se tradujo en un rendimiento más acorde a sus características. La mejora fue evidente desde el principio del partido. Fue él quien generó la primera situación de peligro del primer tiempo con un gran centro al área, aunque Zenobio, el arquero de Tigre, tuvo una floja respuesta y dejó escapar la pelota por debajo de los guantes. Esa jugada marcó el arranque de un buen momento de Del Blanco, quien comenzó el partido con una actitud mucho más incisiva. A lo largo del primer tiempo, coincidió con algunos pasajes en los que Unión dominó la posesión del balón, intentando siempre generar superioridades en las bandas, especialmente con las subidas de Bruno Pittón, lo que les permitió establecer una buena dinámica ofensiva. En el segundo tiempo, continuó siendo clave. Se internó en el área chica y estuvo a punto de asistir a Agustín Colazo, quien esperaba el pase para empatar el partido. Sin embargo, un defensor de Tigre apareció justo a tiempo para desviar la pelota y evitar que la jugada concluyera en gol. Aunque la jugada no terminó en lo que hubiera sido el empate para Unión, nuevamente Del Blanco demostró su capacidad de involucrarse en el juego ofensivo, acercándose cada vez más a la zona de definición y mostrándose como una pieza importante en el esquema del equipo.

El que hizo su debut con la camiseta rojiblanca fue Marcelo Estigarribia (5). No tuvo un buen debut, ya que no ganó un solo duelo aéreo. Pasaban los minutos y la sensación que reinaba en el aire era que con poco Tigre ganaba el partido, con un buen primer tiempo. En el segundo tiempo, nada de nada. Pero esta derrota tuvo nombre y apellido: Cristian González. Le dio la posibilidad de ingresar a Lionel Verde (-) a jugar de doble cinco con Ham, pero cometió algunos errores no forzados. Pareció pesarle el partido, ya que el contexto no era el favorable. Y por si faltaba poco, Unión se quedaría con 10 jugadores por la expulsión de Thiago Cardozo (2). Fue expulsado por tocar la pelota con la mano fuera del área, impidiendo que el delantero de Tigre lo supere y amplíe el marcador. El que ocupó su lugar fue el capitán Claudio Corvalán (4), que, como jugador de campo, tuvo una actuación para el olvido. Desde el arranque, estuvo completamente desbordado por Ortega y Fértoli, que lo pasaron varias veces por la banda derecha. No logró darle una mano a Bruno Pittón, quien, por momentos, quedó completamente expuesto ante los ataques rivales. El capitán, en varias ocasiones, salió a destiempo en jugadas claves, lo que le permitió al rival generar peligro sin mucha resistencia. Además, cometió algunas faltas innecesarias en la mitad de la cancha, sumando más preocupaciones al desempeño defensivo de su equipo. Sin embargo, en una jugada que sorprendió a todos, cuando Thiago Cardozo fue expulsado, el Mugre se encontró en una situación inédita: tuvo que ponerse bajo los tres palos y ocupar el arco tatengue. A pesar de lo inesperado de la situación, se mostró firme y tapó un par de pelotas interesantes.

Una nueva derrota en condición de visitante deja un arranque preocupante para el equipo. En esta oportunidad, se presentó una leve mejoría en el segundo tiempo, lo que permitió a Unión acercarse al empate, pero el esfuerzo no fue suficiente para contrarrestar la falta de rendimiento en los primeros 45 minutos. La responsabilidad recae en parte en la decisión táctica del Kily González, quien optó por un esquema que, al menos en esta ocasión, no dio los resultados esperados. Aunque el equipo intentó reaccionar tras el descanso, el daño ya estaba hecho, y la falta de una propuesta efectiva en la primera mitad terminó costando caro. Los esquemas, al igual que los estilos, las estrategias y los modelos de juego, pueden ser efectivos en su momento. Funcionan cuando son adecuados para las circunstancias y el contexto del equipo. Sin embargo, todo modelo tiene un ciclo, y es esencial reconocer cuando ese ciclo se ha agotado. Los entrenadores y jugadores deben estar preparados para adaptarse, y el entendimiento de esta dinámica es crucial. No se trata solo de seguir una fórmula que alguna vez fue exitosa; cuando los resultados no llegan, es necesario hacer ajustes.
Lo que resulta aún más preocupante es que los errores, al repetirse varias veces, dejan de ser errores y se convierten en decisiones conscientes. Si un mismo fallo se comete una y otra vez, a pesar de las consecuencias negativas evidentes, es claro que no se está aprendiendo de la experiencia. En ese caso, lo que antes parecía un error de cálculo o de ejecución, se transforma en una elección táctica que no produce los resultados esperados. Es fundamental, por tanto, que tanto el cuerpo técnico como los jugadores reflexionen sobre estas decisiones y busquen una solución para no seguir cayendo en los mismos tropiezos.
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