Por Darío Fiori
Muchísimas veces se dice que lo único que importa es ganar. Personalmente, no comparto ese mensaje. Con esa mentalidad, no fuimos a ningún lado. El periodismo deportivo, en su esencia, debería ser un vehículo para analizar el juego, no simplemente enfocarse en el resultado final. Esta es una distinción fundamental que se pierde a menudo en el aluvión de noticias y comentarios rápidos que invaden los medios, especialmente en una época donde la inmediatez y el sensacionalismo dominan las narrativas. El fútbol, como cualquier otro deporte, es mucho más que una suma de goles o victorias; se trata de una serie compleja de decisiones tácticas, estrategias, movimientos colectivos e individuales, que merecen una profunda reflexión más allá del marcador final. El verdadero análisis del deporte debería ir más allá de los números y buscar entender los factores que contribuyen al desarrollo de un juego: la dinámica de los jugadores, la ejecución de las estrategias, la capacidad de adaptación a las circunstancias, la inteligencia táctica y la interacción entre los distintos elementos del juego.
Cuando el periodismo se limita a cubrir el resultado, se pierde la oportunidad de educar a los hinchas sobre las sutilezas que hacen que el fútbol sea un deporte tan rico y complejo. Los goles y victorias son, por supuesto, momentos de celebración y representan logros en el contexto de un partido, pero no son los únicos indicadores de lo que sucedió en el campo. Un equipo puede haber perdido un partido y, sin embargo, haber demostrado un juego excelente en cuanto a la posesión, la creación de oportunidades y la cohesión colectiva. Igualmente, un equipo puede haber ganado, pero haberse visto superado tácticamente o haber tenido una suerte extraordinaria. El análisis del juego debería abordar estas situaciones con el mismo nivel de detalle, para que el público pueda comprender las razones detrás de un resultado, en lugar de quedarse únicamente con la sensación superficial del marcador. El papel del periodista deportivo, entonces, es fundamentalmente el de educador y analista, no el de simple narrador de eventos. Un periodista debe tener la capacidad de ir más allá de los aspectos superficiales del juego y transmitir al público las dinámicas que ocurren en el campo de juego. Esto implica analizar las formaciones tácticas empleadas por los entrenadores, los ajustes que los jugadores hacen durante el transcurso del partido, las estrategias de presión, las transiciones entre ataque y defensa, y cómo todos estos factores se combinan para determinar el resultado. De este modo, el análisis del juego en sí mismo se convierte en una herramienta poderosa para que el público no solo aprecie el resultado, sino que comprenda las decisiones y habilidades que lo llevaron a ser.
Es tan contradictoria, tan confusa, la realidad del fútbol doméstico. Entonces, recurren a la frase cliché que nada significa pero que tiene el tono dramático que las circunstancias exigen. Para eso ponen los dos un solo delantero real en el campo. Y para eso juegan como juegan. Con más temores que audacias. Contradiciendo la arenga que enarbolaron. Porque parece que “como sea” no incluye atacar con gente suficiente ni con decisión ofensiva. Y es tan confusa la realidad que uno de los dos cumplió con el pronóstico: ganó. Uno de los grandes problemas del periodismo deportivo actual es la excesiva simplificación del análisis. En muchos casos, los titulares y resúmenes se limitan a la dicotomía «ganó o perdió», sin adentrarse en lo que sucedió en el transcurso del partido. Esta perspectiva tan reduccionista puede llevar a los aficionados a pensar que el fútbol se reduce a una competencia en la que solo importa el marcador final, cuando en realidad el deporte está compuesto por una intrincada red de decisiones tácticas, habilidades técnicas y emociones humanas que son lo que realmente da forma a un partido. En este sentido, los periodistas tienen la responsabilidad de ofrecer una visión más completa y profunda del juego, de modo que los seguidores puedan disfrutar y comprender más allá del simple hecho de ganar o perder. Por otro lado, al centrarse exclusivamente en el resultado, el periodismo deportivo también contribuye a una cultura de la inmediatez y la superficialidad. Esta tendencia a valorar solo los resultados inmediatos y visibles fomenta un enfoque corto placista en los equipos y jugadores, donde el rendimiento es evaluado únicamente por lo que se obtiene al final de cada encuentro. Sin embargo, el verdadero proceso de formación de un equipo de fútbol implica trabajo a largo plazo, una evolución de ideas y estilos que no siempre se reflejan en una victoria o derrota puntual. Al no profundizar en el juego en sí, se corre el riesgo de caer en juicios apresurados que no capturan la complejidad del deporte. De esta manera, el análisis de los juegos en su totalidad promueve una mayor comprensión y apreciación del fútbol como una disciplina dinámica que va mucho más allá de los simples números.

Dicho esto, lo único que le interesa al hincha es ver a su equipo ganar, no le importa analizar cómo fue el desarrollo del partido. Desde lo futbolístico, Unión no avanza ni para adelante ni para atrás. Es cierto, hubo partidos en este 2025 en los que, con muy poco, se quedaba con las manos vacías. Esta vez, el técnico metió un volantazo a tiempo y, con un aceptable segundo tiempo (está lejos de brillar o tener un funcionamiento adecuado), le alcanzó para acceder a los dieciseisavos de final de la Copa Argentina. En la próxima instancia, se medirá ante el ganador de Rosario Central y Los Andes.
No hay que dejar de vista que el funcionamiento es cada vez más pobre y lo mejor que le puede pasar a Unión es que de una vez por todas despegue, ya que transcurrió dos meses del año, y no se sabe cuál es el norte futbolístico de este equipo. El fútbol es y será resultados como primera medida. Después estará cómo conseguirlos. El exitismo prevalece sobre todo. En Argentina, si la pelota pega en el palo sos el mejor, y si la misma pelota pega en el palo y sale, se tienen que ir todos, ninguno sirve y a lamar en coche.
Durante este año, Unión ha tenido ratos de buen fútbol, pero no logra sostenerlo en el tiempo. Un claro ejemplo fue el segundo tiempo ante Tigre en Victoria. Claro que Cristian González tiene su cuota de responsabilidad como director técnico, y la asume en cada conferencia de prensa cuando reconoce que es el máximo responsable de Unión.
Esta victoria sirve en varios aspectos: 1) poder sacarse la espina de las últimas eliminaciones. El dato que nos entregaba la organización de la Copa Argentina indicaba que Unión había quedado eliminado en cuatro de las últimas cinco ediciones en primera ronda. 2) Esta victoria sirve para traer un poco de paz y tranquilidad, para seguir trabajando de cara a mejorar los errores que padece el elenco.
Respira el Kily y todo Unión. Después de varias ediciones sin avanzar a los 16vos de la Copa Argentina, esta vez se despachó con un 3-1 ante Colegiales. Ahora, lo mejor que se llevó Unión en San Nicolás, ante la presencia de cuatro mil hinchas que dejaron todo para observar al club de sus amores un día de semana a 300 km de la capital santafesina, fue el resultado. Desde el juego, presenta una irregularidad alarmante. Unión sigue retrocediendo desde lo futbolístico. Eso sí, lo único que sirvió del resultado, más allá de acceder a la siguiente instancia, son tres cuestiones
- Los pibes están a la altura de las circunstancias. Lionel Verde (8) tiene que empezar a ser el titular en este equipo. Es el goleador de Unión en este 2025. Venía de darle el triunfo ante Gimnasia y, con un soberbio derechazo, sentenció el partido. Antes de esa jugada, reventó el travesaño. Su único defecto es que, si bien gambetea y avanza con determinación, es un jugador que debe mejorar en el aspecto defensivo, ya que comete faltas por el simple hecho de no saber marcar.
- Jerónimo Dómina (7) había sido uno de los mejores jugadores de la Serie Río de Uruguay. Fue «borrado» futbolísticamente, reapareció como titular después de un montón de fechas. En el peor momento de Unión, cuando todo era incertidumbre, apareció para definir con categoría y establecer el gol del empate. Y, en el segundo tiempo, un defensor le sacó el gol, cuando definía muy bien ante la salida del arquero.
- Lucas Gamba no puede faltar en este equipo. A diferencia de lo que fue el año pasado, cuando se lo notó lento desde lo físico y lejos de su mejor versión desde lo futbolístico, esta vez, apenas tocó la pelota, metió un pase filtrado preciso para Jero. Este gol fue crucial para el equipo, ya que permitió recuperar algo de confianza en un momento de mucha presión. Además, en el segundo tiempo, Gamba estuvo cerca de marcar de nuevo, cuando definió con clase ante la salida del arquero, pero un defensor de Colegiales logró evitar el gol en el último momento, lo que consolidó aún más la destacada actuación del mendocino. Con el cambio táctico, pasó a tener una mayor presencia ofensiva y, en parte, a generar más desequilibrio en el campo. Gamba se posicionó como un extremo izquierdo bien abierto, un rol que le permitió desbordar constantemente por la banda y aportar más dinamismo al ataque.
Este tipo de errores no se limitan únicamente a los dirigentes. El entrenador, con casi 70 partidos en su haber, también ha cometido decisiones desacertadas que afectan el rendimiento del equipo. No basta con encontrar un esquema que funcione por un par de partidos; el equipo debe evolucionar, adaptarse y cambiar cuando las circunstancias lo requieren. Desde esta humilde columna de opinión, se había señalado, sin temor a equivocarse, que la línea de cinco defensores, que durante algún tiempo fue una opción válida, ya no funcionaba. Jugarle de la misma manera a un River o un Boca que a un Belgrano de local, con un equipo alternativo, es una estrategia que muestra la falta de flexibilidad y astucia táctica del cuerpo técnico. Es desgastante tener que hablar siempre de los mismos problemas, de las mismas soluciones a medias que nunca llegan a concretarse.
El hincha unionista está cansado de estar al borde del abismo, de vivir en una constante amenaza de descenso, y lo peor de todo es que parece que esta situación se ha naturalizado, como si fuera parte del ser de Unión. Pero no debería ser así. El club tiene una historia, una identidad y una base de hinchas que merecen un proyecto serio, que mire más allá de la mera supervivencia. Necesitamos una estructura sólida, un equipo competitivo y dirigentes con visión que dejen de lado la gestión a corto plazo y piensen en el futuro. Es hora de que el club deje de ser el protagonista de esta película repetitiva y empiece a escribir un nuevo guion, uno que nos devuelva la esperanza de ver a Unión en lo más alto, luchando por lo que realmente merece.
El ADN futbolístico de este Unión aún es un misterio. La identidad del equipo no termina de consolidarse, lo que genera una notable irregularidad que parece ser la única constante en su andar. Aunque en términos numéricos todo parece estar relativamente bien, con el equipo manteniéndose en la parte alta de la tabla, la sensación general es que esa posición es efímera y está lejos de ser sostenible si el rendimiento sigue siendo el mismo. Ya pasados más de cuatro partidos del campeonato, la ansiedad comienza a apoderarse de los hinchas, pues es evidente que, si no hay una mejora sustancial en el juego, será inevitable que el equipo termine cayendo, dejando atrás cualquier ilusión de ser protagonista.
Desde la llegada de González, el estilo del juego fue siempre el mismo: desequilibrar a los rivales por las bandas. Esta ha sido la carta más jugada por el entrenador, prácticamente el único recurso utilizado para generar peligro y marcar la diferencia. Sin embargo, cuando las bandas no funcionan, el equipo se ve impotente. La fluidez del juego se pierde y se cae en un esquema predecible, donde la falta de alternativas provoca que los rivales empiecen a leer las jugadas con facilidad. Si la idea sigue siendo la misma, las bandas deben empezar a dar resultados. De lo contrario, la dependencia de este único recurso podría resultar fatal a largo plazo.
El equipo debe encontrar formas alternativas de generar peligro, incluso si sigue jugando con el mismo esquema, o de lo contrario, las derrotas y la falta de creatividad seguirán marcando su destino. Este escenario, en muchos aspectos, se asemeja a una frase de Einstein que dice: “estar loco es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes”. Peor aún es hacerlo.
Unión volvió a ganar un partido por Copa Argentina en 90 minutos tras siete años
En la Copa Argentina, el lema de TyC Sports lo resume a la perfección: «Puede pasar cualquier cosa». Después de 2016, cuando Unión llegó a cuartos y se enfrentó a River en Mar del Plata, parecía que tenía un futuro prometedor. Sin embargo, desde entonces, el Tate se estancó. Nunca logró avanzar más de tres fases consecutivas. La verdad es que lo que alguna vez fue una fuente de esperanza para obtener el primer título y un pasaporte a la próxima edición de la Copa Libertadores de América se ha convertido en una especie de tormento. Quedó eliminado prematuramente en varias ocasiones. Primero con Leonardo Carol Madelón en dos oportunidades, luego con Munúa en los dieciseisavos de final, y más recientemente con Méndez en la derrota contra Almagro en San Nicolás, desde los doce pasos.
27 de octubre de 2016. Más de cinco mil hinchas de Unión se hicieron presentes un jueves a la noche y recorrieron más de 700 kilómetros para presenciar un partido histórico. Aunque no había un título en juego, la situación convirtió este partido en crucial para ambos equipos. Es como revivir viejos tiempos futboleros, pero sin los bigotes de Leopoldo Jacinto Luque, el buzo verde del Pato Fillol, los pelos largos de Carlos Mazzoni o la estampa retacona de Fernando Husef Alí, reviviendo aquella final de 1979 cuando salió subcampeón del Nacional de dicho año, donde no perdió ninguno de los dos partidos, ya que empató 1-1 en Santa Fe y 0 a 0 en el Monumental. Habían pasado cinco minutos en el estadio José María Minella de Mar del Plata cuando Sebastián Driussi conectó un cabezazo tras un córner servido por Gonzalo Martínez y abrió el marcador en el partido que decidiría al rival del ganador entre Gimnasia La Plata y San Lorenzo. River buscaba cortar la mala racha en la Copa Argentina y meter su nombre entre los ganadores. La rápida eliminación en la defensa del título en la Libertadores (fue eliminado por Independiente del Valle en Octavos de Final) hizo que la Copa Argentina se convirtiera en un objetivo clave. Hasta ese momento, la mejor actuación del club había sido llegar a Semifinales en la edición 2011-2012, donde Racing lo eliminó en penales y le impidió jugar el Superclásico contra Boca.
Por su parte, el Tate venía de dejar en el camino a Atlético Paraná desde los doce pasos (en los 90 minutos igualó 1-1), despachó 3 a 0 a Unión Aconquija en Paraná y se impuso desde los doce pasos ante Estudiantes en un chato 0-0 en Sarandí. El gol tempranero de Driussi hizo que Unión cambiara su mentalidad y saliera a buscar el empate, generando ocasiones para marcar. Sin embargo, River dio un golpe decisivo en el segundo tiempo. Joaquín Arzura, que había ingresado por Jonatan Maidana y obligado a Leonardo Ponzio a retroceder en la defensa, quedó completamente libre y conectó otro córner de Martínez para ampliar la ventaja. El gol de Lucas Alario en tiempo añadido selló el 3-0 del Millonario en el torneo. Después, Atlas, Defensa y Justicia, Deportivo Morón, Argentino de Merlo y Central Córdoba de Santiago del Estero fueron las víctimas posteriores de la contundencia en el certamen del único tricampeón. Quizás, el 2018 fue uno de los años más difíciles para Unión en el torneo más federal del país. Aunque logró clasificar por primera vez a un torneo internacional al vencer 1 a 0 a Independiente en la última fecha, con un centro magistral de Blasi desde la derecha y un cabezazo de Soldano, desafortunadamente las cosas tomaron otro rumbo. Los goles de Rodrigo Gómez y Franco Soldano les permitieron vencer por 2-0 a Juventud Unida de Entre Ríos y avanzar a los 16avos de final. Pero lo peor estaba por venir. A los 3 minutos, Franco Fragapane apareció solo en el segundo palo para conectar un remate cruzado de Franco Soldano. Un error increíble en la defensa permitió el rebote de Juan Ignacio Carrera, quien empujó la pelota para darle la ventaja parcial a Unión. El marcador se mantuvo así hasta los últimos diez minutos. La expulsión del «Chaco» Acevedo desequilibró los planes, y en dos jugadas consecutivas, Sarmiento de Resistencia dio golpes certeros. Un remate de Ronald Huth Manzur tras un tiro libre ejecutado por Rodrigo Castro igualó el marcador, mientras que Luis Silba amplió la diferencia aprovechando un cabezazo de Sebastián Parera y venciendo a Marcos Peano. La escena se repitió: Sarmiento de Resistencia celebrando enloquecidamente por vencer a un equipo de Primera en los 90 minutos, esta vez en el estadio de Banfield. Al año siguiente, en 2019, Unión viajó hasta Sarandí para enfrentarse a Barracas Central. En ese entonces, el Guapo militaba en la B Metropolitana, y contra todos los pronósticos, lo eliminó en 32vos de final. El único gol lo anotó Romero. La jugada polémica que rompió el cero en Sarandí fue cuando el arquero de los santafesinos, Nereo Fernández, salió a cortar un centro al área y recibió el contacto del autor del tanto, quien pareció cometerle una sutil falta antes de quedarse con el balón y anotar el 1-0 que sería definitivo sin oposición. Ya en 2020, la situación no iba a cambiar para Unión. Por segunda vez consecutiva, se volvía a quedar con las manos vacías. En el estadio Monumental de Rafaela, cayó ante Dock Sud tras igualar 1 a 1 en el tiempo reglamentario. En la definición por penales, perdió 6-5. Es importante recordar que ese mismo equipo venía de golear nada más y nada menos que al mismísimo Mineiro en el 15 de Abril (y después aguantó en Brasil), mientras que Dock Sud peleaba los primeros puestos de vanguardia en la Primera C. Y, como es la tónica en la Copa Argentina, ganó el que era el menos favorito. El Docke hizo un esfuerzo físico impresionante, estuvo metido durante los 98 minutos que duró el encuentro y, aunque Unión logró empatarlo sobre el final, el debutante De Bórtoli se convirtió en el héroe al detener dos penales y darle el pase a los 16avos a los dirigidos por De Lucca.
El gol para Dock Sud fue obra de Leandro Caruso. El ex River aprovechó un error en la salida de Milo, enganchó en el borde del área y definió con toda su experiencia. A partir de ahí, el equipo de De Lucca se replegó y buscó contragolpear. Sin embargo, no estuvo preciso para cerrar el partido y Calderón lo llevó a los penales con un cabezazo espectacular. Y ahí estaba Dock Sud, en la definición desde el punto del penal, con más rabia que alegría, pero sabiendo que era una gran oportunidad para avanzar de ronda. De Bórtoli, quien había llegado al club del Sur hacía menos de una semana y había ocupado el puesto por la lesión de Navarro, se lució atajando los penales de Mazzola y Milo, entre otros. Justamente ese partido fue uno de los últimos que se disputaron en 2020 debido a la pandemia de COVID-19. En 2022, que en realidad era el formato del 21′, Unión pasó con sufrimiento ante Sportivo Las Parejas, equipo que milita actualmente en el Federal A. Luego, ante Banfield, cayó 2-1, marcando el comienzo del declive de Gustavo Munúa que lo llevó a pelear el descenso hasta la última fecha. El año pasado, en San Nicolás, cayó ante Almagro 4-3 en la serie de penales tras haber igualado 1-1 en tiempo regular, ya con el Gallego Méndez sentado en el banco de los suplentes. A los 24 minutos del primer tiempo, Juárez presionó la salida del Tricolor, mandó el centro atrás y Machuca definió para el 1-0. Sin embargo, Cuello igualó con una gran jugada individual, estableciendo el 1-1 en el estadio Único de San Nicolás. Por su esfuerzo y capacidad para generar situaciones de gol como única referencia ofensiva de su equipo, el gol fue más que merecido. Tras el empate, ambos equipos tuvieron oportunidades, pero Unión no pudo capitalizar varias fallas defensivas de su rival en los minutos finales. En la definición por penales, Almagro tuvo que remontar desde atrás. Afrontaron la serie en desventaja por fallar primero, pero su arquero Emiliano González tuvo una gran actuación, tapando los disparos de Cañete y Del Blanco. Maximiliano Rogoski definió la historia y llevó al equipo dirigido por Diego Trípodi a una nueva instancia de la Copa Argentina.
El rápido repaso de antecedentes inmediatos habla por sí solos. El año pasado, Unión 1 – Gimnasia de Mendoza 2 en Junín, eliminado en primera ronda. En 2023, Unión 1 – Almagro 1 (3-4 penales) eliminado en primera ronda. En 2022, Unión 1 – Banfield 2, eliminado en segunda ronda y en el 20-21, Unión 1 – Dock Sud 1 (5-6 en los penales), eliminado en primera ronda, aquella noche en Rafaela que fue el anticipo de la renuncia de Madelón, que se dio al partido siguiente, antes de que se cortara todo por la pandemia. El mismo Kily González lo sufrió en carne propia la noche de Junín, cuando Unión cayó el año pasado ante Gimnasia. Fue duro el golpe. Recordar solamente lo que fueron las declaraciones de Corvalán en su rol de capitán, el silencio del Kily y aquella reunión posterior con la subcomisión de fútbol en la que amagó con pegar el portazo y fue convencido para seguir. En el post partido ante Gimnasia, el Kily dijo que iba a poner «lo mejor». ¿Qué significa? Que pondrá lo que mejor ve, porque hay puestos en los que no hay un titular definido y varios jugadores que ante Gimnasia quedaron en el banco y que tranquilamente podrían ganarse la titularidad en algún momento. El de este miércoles era un partido con carácter de final porque el que gana sigue y el que pierde se va, pero Unión está en una situación comprometida en el torneo debido a los pocos puntos sumados en estos siete partidos que jugó y necesita imperiosamente ganar más partidos para estrechar la diferencia con los equipos que lo anteceden, que son varios. Para Colegiales es una muy buena oportunidad también. Al equipo lo dirige Leonardo Fernández, que es conocido para el ambiente santafesino porque alguna vez fue el técnico de Rosario Central cuando se coronó campeón de la Copa Santa Fe ganándole la final a Atlético de Rafaela y tuvo en sus filas a jugadores como Jeremías Ledesma, Nahuel Gómez, Luciano Recalde, Andrés Lioi, Emmanuel Ojeda, Leonel Rivas, Joel López Pisano, Diego Becker, Agustín Maziero y Agustín Coscia, entre otros. Este es un torneo que siempre depara sorpresas y la última fue la de Excursionistas, equipo que milita en la tercera categoría (juega en la B Metropolitana), que le ganó a Godoy Cruz y pasó a 16avos de final. Además del Villero, que defenderá la bandera de la B Metropolitana, los nombres confirmados en la siguiente eliminatoria se dividen en siete clubes de la Liga Profesional (Boca, Lanús, Gimnasia La Plata, Defensa y Justicia, Estudiantes de La Plata, Vélez e Independiente) y dos de la Primera Nacional (San Martín de Tucumán y Gimnasia de Mendoza). Esto es lo que Unión pretendía evitar y es lo que le ha pasado en los últimos torneos, cuando Gimnasia de Mendoza, Almagro y Dock Sud lo eliminaron prematuramente. La mejor actuación fue aquella de 2018, pero se encontró con un River que también necesitaba un título que lo lleve a la Libertadores y apostó todo a ganar esa Copa Argentina, algo que consiguió finalmente, y dejó en el camino a Unión en cuartos de final, en aquel partido que se jugó en Mar del Plata. Hay que remontarse a mucho tiempo atrás para encontrar los antecedentes de Unión y Colegiales. Fue entre la década del 40 y el 50, cuando el club de Munro supo disputar los torneos de la B. En realidad, Colegiales nunca jugó en Primera y este año es su primera participación en el torneo de Primera Nacional desde su creación en 1986. Tuvo varios descensos a la tercera categoría e inclusive uno a la cuarta de Afa. Y su historial con Unión comenzó en 1948 y finalizó en 1956, lapso en el que se enfrentaron en cuatro oportunidades.
El historial es ampliamente favorable a Unión: jugaron seis partidos, Unión ganó cuatro, empataron en uno y Colegiales solamente ganó un partido. En el ‘48, Unión ganó 5 a 0 en Santa Fe y 3 a 0 en Ferro. Al año siguiente, fue 3 a 1 en Santa Fe y derrota 2 a 1 en Munro (partido de Vicente López, donde está la cancha de Colegiales). Y en el ‘56, fue 5 a 0 en Santa Fe y 3 a 3 en Munro. Allí se cortó el historial hasta este partido de Copa Argentina que los tendrá como rivales en San Nicolás, este miércoles desde las 19.15. El segundo partido que jugaron ambos clubes, en el 48, con victoria de Unión por 3 a 0 en la cancha de Ferro, se dio en una circunstancia muy especial. Fue el sábado 19 de junio de 1948 y Unión, con ese triunfo, totalizaba seis victorias y era el puntero en su zona, el mismo año que se había dado la inclusión de Colón en el torneo de ascenso.
Ese día en Caballito, Unión alistó a Rocha; Husein y Ogas; Mieres, Banquero y Santiago; Villalba, Genín, Bruzzone, Gervasutti y el Flaco Acosta. El primer tiempo terminó 1 a 0 con gol de Bruzzone. En el segundo tiempo, Acosta marcó el segundo del Tate y Bruzzone, nuevamente, se encargó de convertir el tercero rojiblanco. El último de los partidos ante el Tricolor de Munro (su camiseta es similar a la de Chacarita en cuanto a las formas, pero con los colores azul, rojo y amarillo), fue el empate en cancha de Colegiales, pero anteriormente se dio una de las goleadas de Unión sobre este rival. Fue en cancha de Unión y el marcador fue de 5 a 0. Unión formó con Nanzer; Coria y Minen; Lacanna, Isella y Perezlindo; Franco, Reyes Díaz, Avila, Rivero y Ludueña. Fueron años en los que Unión cumplía buenas actuaciones en el torneo de ascenso, pero no tenía la chance de subir a la máxima categoría. La más cercana se dio en 1943, peleando la chance con Vélez, y la otra fue en 1963, en aquel famoso cuadrangular con Sarmiento, San Telmo y Ferro. Pero hubo muy buenas campañas, como la de 1949, entre otras, donde el equipo estuvo peleando en los primeros puestos, pero sin éxito en la parte decisiva de los torneos.
En este repaso histórico, se pueden mencionar nombres en común. El que salta nítidamente a la vista de todos es el de Leonardo Carol Madelón, que debutó en 1997 como entrenador de Colegiales, antes de hacer lo propio en El Porvenir y su primera llegada como DT a Unión, que se dio en el 2001. Leo, figura rutilante e indiscutida de la historia de Unión, tanto como jugador y como entrenador, dirigió 34 partidos a Colegiales en aquel debut como técnico. Después, hay varios nombres de futbolistas que pasaron por los dos clubes como jugadores. Los defensores Claudio Verino y Lucas Rodríguez Pagano, el volante Juan Rivas (que nació futbolísticamente en Unión), Francisco Vazzoler (hermano de Nicolás, actual entrenador de la reserva y coordinador del fútbol amateur de Unión) y Juan Pablo Pereyra, son esos nombres en común de estas dos instituciones que más allá de esos partidos que las enfrentó, hace décadas, siempre estuvieron separadas por una amplia brecha producto de su distinta suerte deportiva. La gente siempre está. El partido del 2022, en la ciudad de la Virgen, contra Banfield. Lo ganaba el Tate con gol de Mauro Luna Diale, pero el «Taladro» lo dio vuelta con goles de Jesús Dátolo y Emanuel Coronel. Una multitud tatengue en las tribunas. Vuelven a enfrentarse en circunstancias donde la diferencia de categoría no es tan grande. Colegiales recientemente ascendió a la Primera Nacional y es algo histórico, más allá de que en aquellas oportunidades de las décadas del 40 y el 50 también formaba parte de la principal categoría de ascenso.
Flojísimos 45 minutos de Unión
Otro partido más en el que Unión comienza de manera desastrosa, repitiendo los mismos errores de siempre, con un esquema táctico que, por enésima vez, no funcionó en todo el año. La sensación de frustración se apodera de los seguidores, quienes, una y otra vez, observan cómo el equipo se despliega en el campo sin una estructura sólida, sin claridad en su propuesta de juego y, lo más preocupante, sin la capacidad de adaptarse o aprender de los fallos anteriores. Este patrón repetitivo deja una pregunta en el aire: ¿Cuándo aprenderá el director técnico que ese esquema, esa estrategia, no está funcionando y no tiene cabida en este equipo? Es un hecho que, a lo largo de la temporada, hemos sido testigos de una constante incapacidad para encontrar un estilo de juego que logre dar frutos. Cada partido parece una repetición de los anteriores, con los mismos errores tácticos, las mismas debilidades expuestas y, lo que es aún más alarmante, la misma falta de reacción ante los fallos. En teoría, un entrenador debería aprender de las experiencias pasadas, ajustando sus decisiones y modificando su enfoque. Sin embargo, parece que el técnico sigue empecinado en aferrarse a una fórmula que, lejos de ser efectiva, solo profundiza la crisis del equipo. La incapacidad para reconocer que el esquema utilizado no es adecuado para las características del plantel y las exigencias del campeonato es, por lo tanto, uno de los principales problemas. Los jugadores, aunque pueden mostrar destellos de calidad individual, no logran coordinarse de manera eficiente bajo la dirección de un esquema que no les favorece. Las alternativas tácticas se reducen a situaciones improvisadas, en las que se busca corregir sobre la marcha sin tener una base sólida que guíe el proceso. El enfoque errático solo sirve para incrementar la desconexión entre la idea del entrenador y la ejecución en el campo de juego. Por el bien de Unión, es urgente que el técnico comience a reflexionar seriamente sobre los errores cometidos y sobre la necesidad de un cambio profundo en su visión del juego. Unión disputó ocho partidos en lo que va del año, y en seis siempre modificó el sistema táctico (generalmente a un 4-3-3 con un volante central, dos internos, dos wines y un centrodelantero neto) y el Tate mostró una mejoría. De todas maneras, no basta con ver los resultados inmediatos o los pequeños avances momentáneos; es esencial una revisión crítica y una evolución estratégica que permita al equipo encontrar una identidad coherente y competitiva. El hecho de que continuemos con un esquema que no ha dado frutos a lo largo de toda la temporada plantea serias dudas sobre la capacidad de adaptación del cuerpo técnico, que parece más preocupado por la insistencia en una fórmula fallida que por la búsqueda de soluciones efectivas. En definitiva, no se trata solo de un simple fracaso puntual, sino de una tendencia que se repite y que, con cada partido, mina la confianza tanto de los jugadores como de la gente. Un cambio de enfoque táctico y estratégico parece ser la única salida para evitar que la temporada termine en un desastre irreversible. El tiempo apremia, y el entrenador debe ser consciente de que, si no es capaz de aprender de los errores y de adaptarse a las circunstancias, el futuro del equipo estará seriamente comprometido. A medida que avanza la temporada, la paciencia tanto de los jugadores como de la afición comienza a agotarse, ya que los resultados continúan sin llegar, y la sensación de que algo debe cambiar se hace cada vez más palpable. El entrenador, lejos de asumir la responsabilidad de las decisiones tácticas que no han dado resultado, parece mantener una postura defensiva ante las críticas, lo que genera aún más desconcierto y frustración en el entorno del equipo. En lugar de buscar un diálogo abierto y constructivo que permita identificar los errores y corregirlos, se opta por seguir adelante con una estrategia que no ha sido efectiva, lo que genera una desconexión aún mayor entre la dirección técnica y los jugadores.

La falta de comunicación entre el cuerpo técnico y los futbolistas es otro de los factores que agrava la situación. Un equipo no puede funcionar de manera eficiente si no existe una relación fluida y clara entre quienes dirigen y quienes ejecutan. Los jugadores deben sentir que las decisiones tácticas tienen un propósito y que sus esfuerzos dentro del campo están siendo guiados por un plan que tiene sentido. Pero cuando el esquema táctico es errático y no responde a las necesidades del equipo, los futbolistas se sienten perdidos, como si estuvieran navegando sin rumbo, lo que se refleja inevitablemente en su rendimiento. La falta de confianza en la estrategia del entrenador puede llevar incluso a una falta de motivación y compromiso, ya que los jugadores comienzan a cuestionarse si realmente vale la pena seguir trabajando bajo esas condiciones. La desconexión entre el cuerpo técnico y los futbolistas se convierte en una barrera casi insuperable, y lo que debería ser una unidad cohesiva se transforma en un grupo de individuos que luchan cada uno por su cuenta. Esto, por supuesto, se traduce en un rendimiento ineficiente, donde las ideas del entrenador no se concretan en acciones efectivas dentro del campo.
Además, no se puede pasar por alto el aspecto psicológico del equipo. El continuo fracaso en la implementación de un sistema de juego coherente y funcional afecta profundamente la moral de los jugadores. La sensación de estar atrapados en un círculo vicioso de decisiones equivocadas y resultados negativos genera un desgaste emocional que puede ser muy difícil de superar. Los equipos que no logran adaptarse a las circunstancias y aprender de sus errores suelen caer en una espiral descendente en la que la confianza se erosiona rápidamente, tanto en el cuerpo técnico como entre los propios jugadores. Este desgaste psicológico se traduce en una falta de energía, de entusiasmo y de confianza en el propio rendimiento, lo que se refleja en la caída del nivel de juego. Cada error cometido parece multiplicarse, y la presión comienza a ser tan grande que los jugadores sienten que no tienen escape de la situación. La moral, que es un factor crucial para el rendimiento de cualquier equipo, comienza a decaer y se vuelve cada vez más difícil de recuperar.
La falta de crecimiento y evolución es uno de los aspectos más peligrosos para cualquier conjunto que aspire a competir a nivel alto. Es fundamental que, en este momento crucial de la temporada, el técnico sea capaz de dar un paso atrás y realizar una autocrítica profunda. La terquedad o el ego no pueden ser los motores que guíen sus decisiones; es necesario un enfoque pragmático que valore las fortalezas del equipo y se ajuste a las limitaciones del plantel. Si el entrenador no está dispuesto a reconsiderar sus enfoques tácticos y a experimentar con nuevas ideas, es probable que se termine perdiendo una oportunidad valiosa de resurgir. En este sentido, la capacidad para adaptarse, innovar y, sobre todo, aprender de los errores es lo que distingue a los entrenadores exitosos de aquellos que se quedan atrapados en la repetición de fracasos. Los entrenadores que persisten en seguir una estrategia fallida no solo ponen en peligro la temporada, sino que también contribuyen a que el equipo pierda la oportunidad de desarrollarse y mejorar. La flexibilidad y la capacidad de reinvención son claves para salir de este tipo de situaciones y encontrar una salida a la crisis.
Es claro que el equipo necesita una transformación, no solo en términos tácticos, sino también en su mentalidad. Se requiere un enfoque que valore la flexibilidad y la capacidad de adaptación, tanto dentro como fuera del campo. Los jugadores necesitan sentirse respaldados por un cuerpo técnico que no solo les indique qué hacer, sino que también les brinde las herramientas para interpretar el juego de manera más efectiva. La evolución del equipo, por lo tanto, debe pasar por un cambio de mentalidad y un replanteamiento de la estrategia global, que ponga énfasis en la cohesión y la claridad, y no en la improvisación constante. El entrenador debe ser consciente de que el cambio no es solo necesario, sino urgente. Si sigue insistiendo en una fórmula que no funciona, el equipo no solo seguirá perdiendo partidos, sino que también perderá la oportunidad de corregir los errores a tiempo y de construir una base sólida para el futuro.
En conclusión, el partido de hoy es solo una muestra más de un problema estructural que viene arrastrándose desde hace tiempo. Los errores tácticos, la falta de autocrítica y la incapacidad para aprender de los fracasos han sumido al equipo en una crisis que parece no tener fin. El entrenador, si verdaderamente desea sacar al equipo de esta situación, debe comenzar a replantearse su enfoque y aceptar que, para que haya éxito, es necesario un cambio profundo y una adaptación a las circunstancias. Si continúa empecinado en seguir el mismo camino, el futuro será una incógnita. El tiempo de dar pasos firmes y de generar un cambio real está agotándose, y la responsabilidad recae completamente sobre quienes están al mando. La solución pasa por la autocrítica, la innovación y, sobre todo, la voluntad de aprender y cambiar. Sin ello, el equipo continuará atrapado en una espiral de fracasos que podría ser irreversible.
Cabe destacar que al Kily González le trajeron los jugadores que pidió. Esos nombres que, según él, podían darle el salto de calidad que tanto necesitaba Unión para poder pelear en la Primera División. No cabe duda que, como técnico, tuvo ciertos problemas para encontrar la fórmula que le permita darle a la gente lo que más anhela: ver al Tate competitivo y sólido, no sólo durante algunos pasajes del torneo, sino a lo largo de toda la temporada. Y es que, desde que asumió el cargo, su rendimiento ha sido cuestionado. El 43% de eficacia que ostenta hasta el momento, habla por sí solo: una cifra baja, que genera dudas sobre la capacidad del Kily para revertir la situación de un equipo que en ciertos momentos parece no tener rumbo. El resultado dirá que aprobó el primer partido importante del año, sin embargo, no se vio una idea clara, una propuesta definida. Un equipo que en algunos momentos parecía perderse, sin un norte que lo guiara hacia el resultado esperado. Los jugadores corrían, se entregaban, pero la conexión y la estructura no parecía estar del todo armada. No estaba claro qué querían hacer con la pelota ni cómo podían dañar al rival. “Así están las cosas país”, diría Rodolfo Barilli. Así vive hoy el técnico tatengue. A pesar de abrochar la clasificación a la siguiente instancia, sigue sin poder convencer a todos de que es el indicado para el cargo. La falta de claridad de su propuesta (algo acabada), las decisiones tácticas que no siempre terminan por el resultado esperado y esa sensación de que el equipo juega a la deriva en muchos tramos del partido, han hecho que el optimismo de sus primeros días al frente del club se haya ido. El Kily sabe que su futuro está directamente ligado a los resultados. Es consciente de que el margen de error es mínimo, y que cada partido que pasa sin mostrar una evolución, va sumando presión. El fútbol es cruel, y en este contexto, no importa cuántos jugadores le hayan traído para que pueda implementar su estilo; lo único cuenta es que, en la cancha, la idea se vea clara y, lo más importante, que las patas estén firmes. Y hasta ahora, en ese sentido, el balance no es favorable. El tiempo dirá si el Kily González logra encontrar el rumbo que se le pide, o si el ciclo llega a su fin antes de lo esperado. Por ahora, lo único cierto es que la realidad del Técnico de Unión es incierta, y el futuro del equipo también no es.
Unión pareció inofensivo, y ese es el mayor de los pecados que se puede cometer con esta camiseta puesta. Cuando ataca, es tan predecible que no asusta ni preocupa. De mitad de cancha hacia adelante, le falta casi todo. Repasemos: ¿Precisión en los últimos metros? No tiene. ¿Gambetas que lastimen? No tiene. ¿Remates de media distancia? Muy poco. ¿Pase filtrado que rompa defensas cerradas? No tiene. ¿Toma de decisión y elecciones correctas? No tiene. ¿Pelota parada peligrosa? No tiene. ¿Presencia dentro del área? No tiene. ¿Actitud agresiva en sus delanteros? No tiene. ¿Goles? Tiene solo en un futbolista, y que llamativamente es suplente. Si el “No tiene” es la respuesta a todos los interrogantes que nos hacemos, está claro que el aspecto ofensivo no funciona y que algo había que modificar.
Lo de Colegiales durante 37 minutos fue espectacular. A bordo del 4-4-2, Leo Fernández demostró una notable inteligencia táctica que sorprendió a propios y extraños. Durante los primeros 30 minutos, superó tácticamente al Kily González. En todo ese tiempo, su planteamiento le permitió neutralizar lo que más fuerza le ha dado a Unión: la subida constante y peligrosa de sus laterales. Francisco Gerometta (4) la pasó realmente mal durante gran parte del partido. Y un ejemplo de ello fue a los 13 minutos del segundo tiempo: mal pase de Tati hacia el medio. Es un jugador que tiene entusiasmo, pero es muy limitado con la pelota en los pies. Dejó mal parado a todo el equipo. Salió el contraataque para Colegiales, y lo tuvo Gordillo de media vuelta, y la pelota pasó cerca del caño derecho de Thiago Cardozo. Después de esa jugada, salió y entró Vargas para darle amplitud y profundidad.
Hubo un corrimiento táctico y fue el de Mateo del Blanco (5). A pesar de que le faltó luces en sus ataques, se volcó por el costado derecho e intentó centrar.Lo que realmente preocupó fue la manera en que el equipo de Kily González desperdició los primeros 30 minutos. Desde hace un tiempo, se viene viendo una tendencia en la que Kily erra al elegir su once inicial. Las decisiones respecto a los jugadores que deben comenzar cada partido son fundamentales, y en los últimos encuentros, el técnico ha demostrado ciertas dudas que terminan pesando en el desarrollo de los partidos. Es un error feo, porque se nota que, a pesar de tener una idea clara de cómo quiere que su equipo se comporte en el campo, no siempre las piezas elegidas se ajustan correctamente a esa estrategia. Si bien en el fútbol hay margen para la improvisación y la adaptación, parece que, a veces, las apuestas no le están funcionando a González, lo que genera dudas sobre su capacidad para encontrar la alineación más óptima. Este tipo de desajustes no solo impactan el rendimiento individual de los jugadores, sino que afectan gravemente al colectivo. Cuando un equipo no se siente respaldado por las decisiones del entrenador, la confianza en sus movimientos comienza a quebrarse, y la comunicación dentro del campo se ve resentida. La falta de solidez táctica y las reiteradas equivocaciones en la elección de los once titulares se convierten en un obstáculo para cualquier equipo que aspire a mantener una consistencia en su rendimiento. Si Kily González no encuentra pronto la fórmula adecuada, el equipo podría seguir perdiendo terreno, y lo que hoy parece un leve tropiezo, podría convertirse en una crisis mucho más profunda.
Colegiales complicó a Unión a través de un juego directo que sirvió como una advertencia para el equipo rojiblanco. Los primeros minutos del partido se presentaron como una ronda de estudio, donde el conjunto de Santa Fe mostró cierta imprecisión en la tenencia del balón. El equipo de Munro presionaba de manera efectiva a los receptores del balón, lo que provocó varios errores no forzados de Unión. A esto se sumaba la falta de hombres en la transición de defensa a ataque, lo que impedía al equipo encontrar fluidez en su juego. Franco Pardo (4) vivió un primer tiempo que dejó algunas inquietudes sobre su rendimiento y el funcionamiento colectivo del equipo. En esta etapa, la pelota pasó en exceso por sus pies, lo cual no fue un indicio positivo. Cuando un defensor se convierte en el eje de la circulación del balón, se espera que tenga la capacidad de elaborar juego de manera efectiva; sin embargo, en este caso, esa faceta no se materializó. Los pases directos hacia los delanteros, en particular hacia los dos atacantes rojiblancos, fueron imprecisos, lo que dificultó las opciones claras de ataque. La falta de sincronización entre el mediocampo y la delantera fue evidente, y Pardo, al ser uno de los jugadores más involucrados en la salida, no logró realizar la transición con la fluidez que se espera de un defensor con su experiencia. En el aspecto defensivo, no mostró la firmeza habitual. El CAU careció de esa figura que, en otras ocasiones, había sido capaz de organizar a sus compañeros, resolver situaciones difíciles con autoridad y brindar seguridad a la defensa. Este defensor «caudillo», que le permitió ganarse el reconocimiento como uno de los mejores centrales del fútbol argentino, no apareció con la misma presencia en el primer tiempo. Su falta de contundencia dejó una sensación de vulnerabilidad en la defensa, que no lograba encontrar el equilibrio necesario para neutralizar los avances del rival. Sin embargo, en el segundo tiempo, la imagen de Pardo mejoró considerablemente. Aunque no alcanzó los niveles de su mejor versión, mostró una mayor solidez defensiva, lo que evidenció su capacidad para reponerse y ajustar su rendimiento. A pesar de que los problemas en la construcción del juego continuaron, el ex-All Boys fue más eficiente en su labor defensiva, despejando balones importantes y mostrando una mayor seguridad en el juego aéreo. Esta mejora, aunque insuficiente para recuperar completamente su nivel, permitió al equipo equilibrar su desempeño y brindar más estabilidad en la fase defensiva.
Daba la sensación que Colegiales recuperaba el balón a una altura bastante avanzada en el terreno de juego. Se imponía una presión constante, particularmente cuando los jugadores como Rafael Profini (4) y Franco Fragapane (4) recibían la pelota. Cada vez que estos futbolistas entraban en contacto con el balón, los de Munro lograban generar una superioridad numérica en el ataque, lo que les otorgaba una ventaja táctica considerable en el desarrollo del juego. La dinámica de recuperación alta y las transiciones rápidas hacia el frente de ataque fueron elementos claves para que la visita marque la diferencia en el desarrollo del partido. Dificultó la salida limpia del balón de Unión, obligándolos a cometer errores no forzados. Los volantes de Unión carecieron de la movilidad necesaria para superar la presión de Colegiales y generar opciones claras de ataque. A lo largo del partido, la transición de defensa a ataque por parte de los volantes fue predecible y sin sorpresa, por ende, Colegiales recuperar el balón con relativa facilidad.
Unión no logró encontrar los espacios necesarios para desarrollar su juego con claridad, un aspecto fundamental que los dejó atrapados en la presión constante de un Colegiales bien organizado defensivamente. El conjunto de Munro se paró en un bloque medio, sin apresurarse, pero con la firme intención de obstaculizar cualquier intento del Tatengue. Desde el primer pase, los jugadores rojiblancos se vieron rápidamente sometidos a una presión alta que los obligó a apresurar decisiones y cometer errores. A medida que avanzaba el primer tiempo, se evidenció que los de Santa Fe no tenían respuestas claras frente a esta estrategia. Lo más llamativo fue que, en ningún momento, Unión logró imponer su estilo de juego. El equipo salió al campo con una actitud demasiado pasiva, como si estuviera esperando que el partido se definiera solo. No hubo esa iniciativa que caracteriza a los equipos que buscan imponer condiciones desde el inicio, sino más bien una postura reactiva, de «ver qué pasa». Y mientras los de Santa Fe se mostraban indecisos, Colegiales se adueñó de la actitud del partido. Con un planteamiento táctico ordenado y una presión constante, no solo superó a Unión en lo físico, sino que también se mostró mucho más agresivo y concentrado en cada detalle. La diferencia estuvo clara en lo actitudinal: mientras Colegiales estaba siempre dispuesto a apretar, a presionar, a aprovechar cada error, Unión nunca logró contagiarse de esa energía. Los jugadores rojiblancos no consiguieron conectar entre sí y no lograron ofrecer soluciones claras para romper la defensa rival. En un partido en el que, más allá de las virtudes tácticas de Colegiales, la clave fue la disposición mental, Unión se quedó corto. La falta de claridad, de movilidad, de ideas, los dejó lejos de poder generar alguna acción ofensiva realmente peligrosa. En resumen, Colegiales fue mucho más en cuanto a intensidad y planteamiento, mientras que Unión no consiguió nunca dar ese paso al frente que se esperaba.
Unión presentó una gran falencia a la hora de progresar con la pelota hacia adelante. Durante la primera etapa, habrá tenido un 60% de tenencia de la pelota, sin embargo, se tornaba lento, predecible, y, hasta por momentos aburrido, porque en lugar de avanzar constantemente, optaban por pases hacia atrás. La circulación del balón se hacía demasiado horizontal y carecía de la profundidad necesaria para quebrar las líneas defensivas rivales. Insistimos, tenía la pelota, pero no tenía ideas claras para avanzar de manera vertical y arriesgar. Cualquier intento de ataque era en vano y quedaba atado futbolísticamente. A Franco Fragapane (4) le está costando imponer su juego, no logra desequilibrar en el mano a mano y además se mostró bastante errático con la pelota en los pies. Otro de los errores que tuvo el elenco de Kily González fue el retroceso defensivo. Si, Colegiales no lograba concretar muchas oportunidades, pero era para aplaudir la disposición de jugarle de tú a tú a Unión, sin replegarse excesivamente. Y si en algún momento lo hizo, fue por inercia y no porque el Tate lo haya metido contra un arco.
Lo mejor de Colegiales fue Marra, el 7 del conjunto de Leonardo Fernández, ex DT de Rosario Central. El delantero fue una constante amenaza para la defensa de Unión, aprovechando cada oportunidad que se le presentaba para generar peligro. Se desmarcó y encontró espacios.
Era más Colegiales que Unión, hasta que lo pudo cristalizar en el resultado
Por momentos, la sensación térmica en San Nicolás rodeó los 40 grados. Hasta que a los 13 minutos llegó el baldazo de agua fría. Pasan los años, pasan los jugadores, entrenadores, y Unión no sabe jugar la Copa Argentina. En las columnas previas, ya habíamos señalado que Juan Pablo Ludeña (3) parecía haber encontrado su lugar dentro del once titular, destacándose en los últimos partidos con un rendimiento sólido y una creciente confianza en su juego. Había logrado afianzarse en la alineación, demostrando que su nivel de desempeño comenzaba a consolidarse dentro de un equipo que, a lo largo de la temporada, había experimentado altibajos. Sin embargo, en el encuentro más reciente, las expectativas se vieron de alguna manera truncadas, ya que, al igual que el resto del equipo, tuvo una actuación que distó mucho de lo esperado, especialmente en la primera mitad. Lucio Castillo le metió un caño y, con mucha comodidad, metió un centro al área, para que Lautaro Gordillo, en soledad, cabeceara directo al travesaño. La pelota terminó rebotando en Cardozo y se metió dentro del arco.
Automáticamente, la hinchada explotó en cánticos: «¡Ponga huevos, y Tate ponga huevos!». Pero, lamentablemente, Unión no parecía responder a ese grito de aliento. El equipo seguía atrapado en una apatía generalizada, practicando un «fulbito» sin sentido, sin ideas claras ni cambios de ritmo. La pelota seguía circulando entre los centrales de manera monótona, sin la claridad necesaria para avanzar con profundidad. No había toque corto ni gambeta que rompiera la defensa rival. El desequilibrio tan necesario en estas situaciones brillaba por su ausencia.
Colegiales, por su parte, se sentía cómodo en su planteamiento defensivo. Se replegaba con firmeza, ubicándose con una línea defensiva compacta desde la mitad de cancha hacia atrás. De esta manera, le cedía la iniciativa a Unión, pero solo para luego salir rápidamente en contraataque, aprovechando los espacios que dejaba la falta de organización del equipo rojiblanco. Esta estrategia de esperar al rival y salir rápido se demostró efectiva, ya que, a pesar de tener la posesión de la pelota, Unión no lograba generar peligro.

Había jugadores de Unión que mostraban nervios evidentes; la pelota parecía «quemarles» los pies. La ansiedad era palpable en el campo de juego. No había claridad en el pase, ni juego asociado. Cada intento de ataque se diluía rápidamente. Esta falta de cohesión y control se debía, en gran parte, a la decisión de Cristian González de optar por una línea de cinco ante un equipo que, a priori, parecía superior. Esta disposición táctica desbalanceaba al equipo, ya que dejaba a Unión con pocos efectivos en la mitad de la cancha, lo que permitió a Colegiales aprovechar esa zona y hacerse con el dominio del juego en ese sector.
Cuando Unión recuperaba la pelota, no sabía qué hacer con ella. La falta de conexiones entre las líneas era evidente: el equipo se veía largo, desorganizado y sin opciones claras de ataque. La estructura era tan monótona que no había espacio para la creatividad. En su afán de atacar, Unión se desordenaba, acumulando demasiados jugadores en el área contraria sin generar un volumen de juego ofensivo efectivo. De hecho, cuando el equipo rojiblanco tenía la pelota, formaba lo que parecía un 2-3-5, con mucha gente en ataque, pero sin profundidad ni claridad. Este exceso de jugadores en la ofensiva, lejos de ser beneficioso, se convirtió en un arma de doble filo. La acumulación de futbolistas en zonas poco productivas no resultó en una mayor presión sobre la defensa de Colegiales, sino en una ofensiva desordenada y sin profundidad.
El Kily cambia el esquema táctico y le resulta para emparejar el resultado
Por primera vez en el partido, a los 35 minutos de la primera etapa, el Kily González decidió realizar variantes antes de que finalizara el primer tiempo. En un intento por modificar la imagen de un Unión que se mostraba insulso e irresoluto, el entrenador optó por cambiar el sistema táctico del 5-3-2 que no había dado resultados, para pasar a un 4-3-3, esquema que acostumbra a utilizar durante la segunda mitad de los partidos. Esta decisión llegó luego de que Valentín Fascendini (3) fuera responsable de la marca perdida en el gol de Colegiales, ya que se quedó muy lejos de Gordillo, quien aprovechó ese espacio para marcar. El cambio del exBoca por Lucas Gamba (7) marcó un punto de inflexión. El mendocino con pasado en Rosario Central y Huracán demostró de inmediato su importancia. Apenas tocó la pelota, metió un pase filtrado preciso para Jerónimo Domina (7), quien, en el peor momento de Unión, apareció con una definición de categoría para empatar el partido. Fue el punto de quiebre. Además, en el segundo tiempo, estuvo cerca de marcar de nuevo, cuando definió con clase ante la salida del arquero, pero un defensor de Colegiales logró evitar el gol en el último momento, lo que consolidó aún más la destacada actuación del mendocino.
Con el cambio táctico, pasó a tener una mayor presencia ofensiva y, en parte, a generar más desequilibrio en el campo. Gamba se posicionó como un extremo izquierdo bien abierto, un rol que le permitió desbordar constantemente por la banda y aportar más dinamismo al ataque. En este mismo momento, el Kily introdujo a Mauricio Martínez (6), quien, de hecho, tuvo su mejor partido desde que llegó a Unión. Caramelo se adueñó de la mitad de la cancha, controló el ritmo del partido y, más allá de su trabajo defensivo, se mostró muy activo con la pelota, metiéndose entre los centrales para dar salida limpia y segura. Su presencia fue clave para darle más volumen al juego de Unión. Con estos cambios, Mauro Pittón y Franco Fragapane fueron los internos, sumándose a un medio campo más equilibrado y con mayor circulación del balón. Arriba, la ofensiva estuvo compuesta por Lucas Gamba, Marcelo Estigarribia y Jerónimo Dómina, quienes se encargaron de desorganizar la defensa de Colegiales y generar las situaciones de peligro más claras del segundo tiempo.
¿Qué fue lo que hizo Colegiales para perder esa ventaja? Fue dejar de presionar bien alto a los receptores tatengues. Perdió la intensidad y Unión, con muy poco, se fue al descanso igualando 1-1.

Más oxígeno para el Tate del Kily que vuelve a ganar
El segundo tiempo no variaba en absoluto en cuanto al dominio de la pelota por parte de Unión. El equipo continuaba moviendo el balón de izquierda a derecha, buscando desesperadamente un hueco en la defensa de Colegiales que pudiera aprovechar para generar una oportunidad de gol. La circulación era paciente, pero a la vez predecible, y parecía incapaz de romper el bloque defensivo. Sin embargo, el trabajo persistente comenzó a dar frutos. A los 7 minutos del segundo tiempo, llegó el momento que todos esperaban. Marcelo Estigarribia (7), quien había sido uno de los jugadores más activos en la ofensiva, se sacó de encima a su marca con gran habilidad tras una pelota que quedó boyando en el área. Con una precisión impecable, no dudó y, con un remate certero, mandó el balón al fondo de la red. El gol fue una mezcla de oportunismo y calidad, un premio para un equipo que, a pesar de la lentitud en su juego, nunca dejó de buscar la forma de superar al rival.
Antes de este gol, había ingresado Lionel Verde (8), quien fue el héroe al cortar la racha negativa ante Gimnasia, reemplazando a Franco Fragapane. El juvenil terminó coronando un gran partido, aunque, si bien gambetea y avanza con determinación, es un jugador que debe mejorar en el aspecto defensivo, ya que comete faltas por el simple hecho de no saber marcar. A los 13 minutos, un mal pase de Francisco Gerometta dejó a todo el equipo mal parado, lo que permitió una contra para Colegiales. Gordillo tuvo la oportunidad de definir de media vuelta, pero su remate pasó cerca del palo derecho de Thiago Cardozo. Tras esta jugada, Lautaro Vargas (4) ingresó para darle amplitud y profundidad al costado derecho, aunque no estuvo muy preciso con la pelota en los pies y se lo notó sin tanta determinación para ir hacia adelante.

Por su parte, Mauricio Martínez comenzó a convertirse, lentamente, en uno de los mejores jugadores de Unión, especialmente en la mitad de cancha y hacia adelante. Ya en el primer tiempo había intentado desde larga distancia, pero su remate se fue desviado. En el segundo tiempo, volvió a probar suerte, y esta vez exigió al arquero rival, Fulvio, quien mandó el balón al tiro de esquina. Poco después, otro remate desde fuera del área de Verde fue también desviado por Fulvio, quien volvió a enviarlo al córner. En ese momento, Verde ya era la gran figura del conjunto de Munro. Sin brillar de manera espectacular, Unión manejaba los tiempos del partido y, en este segundo tiempo, justificaba su ventaja. El equipo debía seguir defendiendo con la pelota, ya que, si bien Colegiales sintió el desgaste del partido, cada vez que se aproximaba al área rojiblanca, generaba algunas vacilaciones en el bloque defensivo de Unión.
A falta de quince minutos para el final, ingresó Agustín Colazo (-). Aunque mostró mucha voluntad y sacrificio, no terminó de redondear un buen partido. Su intervención en ataque fue poco clara, y, además, estuvo lejos de la zona de gol. Unión seguía generando ocasiones de gol, pero no lograba liquidar el partido. Y el Tate seguía malogrando chances para aumentar el marcador. A los 40′ Verde sacó un gran derechazo desde afuera del área y la pelota se estrelló en el travesaño.
Pero Verde tendría revancha. En el tercer minuto de descuento, sacó un derechazo rasante desde afuera del área que se metió al lado del caño derecho y decretó el merecido 3-1, que justificó por lo hecho en el segundo tiempo.
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