La gran expectativa en torno al partido más importante de la ciudad fue inversamente proporcional a lo visto en la cancha. El clásico tuvo una vez más mucho músculo y poco genio. Alta dosis de vehemencia y escasa de ingenio. Índice elevado de amarretismo en unos, y muy baja audacia y efectividad en otros.
La contienda tuvo momentos aborrecibles e instantes de especial emotividad, con un recuento discreto de oportunidades, señal de la inestabilidad emocional de los contendientes, entregados a un ejercicio de supervivencia y de necesidad, todo carácter, con muy poca finura.
Colón encontró el primer gol del duelo con la receta impuesta por los “estudiantes platenses” una semana antes. Pelotazo largo de Conti disfrazado de pase profundo. Otra vez los defensas rojiblancos quedaron parados en la misma línea como en el “estadio Unico”. Correa recibió sólo y aprovechó el desconcierto de Nereo, para acogerse a todos los beneficios del Tate y abrir un partido que estaba cerrado bajo siete llaves.
Haber sacado provecho del mal escalonamiento defensivo local, fue de los pocos méritos de los Sabaleros, para irse al descanso gananciosos, ante un elenco anfitrión que pagó caro el “mismo descuido».
En el complemento, se vio a Unión tocado e intentando vulnerar la exagerada resistencia de los de Domínguez, quien demasiado rápido se conformó con la mínima diferencia. Ladrillo a ladrillo, los dueño de casa fueron horadando la voluntad de un Colón que no pudo aguantar en la trinchera, pese a las buenas intervenciones del golero ecuatoriano, una de las figuras del pleito, un claro indicio para determinar al final quien buscó más.
Al elenco de Madelón le sigue faltando peso ofensivo, pero le sobra espíritu de revancha y apetito de reivindicación, dos motores que encuentran campo en retos como este. Un equipo prepotente del esfuerzo que huye de la palabra comodidad llegó al justo empate cuando Ortíz, en un intento desesperado por sacarla, fue el que contra su propio arco quebró la racha del moreno Domínguez, quien antes le había ahogado el grito de gol a Gómez. El oportunismo y la entrega hicieron que la historia se cierre 1-1 en el colmado “15 de abril”.
Unión y Colón ofrecieron un espectáculo cargado de rusticidad, con escasos momentos vinculados con el buen trato del balón y con muy pocas situaciones de peligro frente a los arcos (la mayoría generadas por el Tate). Y así, fue otra vez empate “el partido de Santa Fe”. En el balance general fue más Unión , con el atenuante que se vio obligado a “buscar”, estando en desventaja y siendo local. En conclusión, 90 minutos que sólo se recordarán desde mañana en la estadística del clásico como un discreto 1-1. Punto y aparte.
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