Maradona fue es y será siempre EL FUTBOL. Diego le dio sentido a la pelota y desde una simple pelota… saben que hizo con todo un país futbolero: lo alegró! Eso hizo!
Maradona fue un universo en sí mismo que condensó y sublimó las necesidades, condiciones y sueños de buena parte de nuestra población. En un sentido, si se quiere poético, es (lo será por mucho tiempo) una religión, un fenómeno de adoración y embelesamiento global. Por eso el mundo todo se conmocionó con su muerte en el día de hoy.
Si, aunque no se pueda leer ni decir de todo lo que nos lastima la noticia. Murió este 25/11/2020, a los 60 años y 25 días, el apocalíptico hombre austral, que vino a salvar el fútbol de las fauces del aburrimiento. Que le dio sentido a nuestra pasión más popular. La historia del fútbol mundial le va a guardar por siempre un sitio privilegiado a un tipo que tuvo tanto amor por el fútbol como por el triunfo.
Murió el “Pelusa”. Aquel que solía levitar sobre la grama. El que en un simple partido de fútbol encontraba siempre primero la clave de la bóveda- El timonel de la nave en México 86, el que siempre se mantuvo firme en el castillo de proa cuando arreciaba la tempestad en Italia 90. El que se cargó una pesada cruz cuando los «tifosis» osaron insultar nuestro himno. El jugador al que apelamos para salvar el “pellejo” de varios en la reválida del Mundial 94. Ese que lloró con pureza infantil y el gesto demolido luego del doping positivo en EEUU. Aquel que se cayó y se levantó porque en eso consiste el fútbol y su vida. De la misma manera que acertó y se equivocó tantas veces… pero quién es capaz de levantar el dedo índice acusador sin mirarse primero uno mismo… y máxime un día tan doloroso como hoy.
Murió Diego. El que ha sido artífice de la ejecución más contundente e inapelable de la historia con los colores celeste y blanco. El que sostuvo la marca “Argentina” por años en todo el mundo. Aquel abanderado en la década dorada. El del nombre propio por encima del éxito colectivo
Diego Armando Maradona. Ese que los argentinos amamos odiar y odiamos amar, porque así somos con nuestros ídolos y definitivamente así nos gusta. El que nos regaló una de esas sensaciones que ocurren muy de vez en cuando, en ocasiones especiales y momentos puntuales, y que por eso se transforman en memorables, en leyenda. El del inigualable y perpetuo gol a los ingleses. El de la copa en alto fuera de casa para la más genuina explosión del alma. Cuando sedimenta un estremecimiento como el que provocó aquel Mundial, aquella consagración en el “Azteca”, nada ni nadie podrá opacar su bello arte, nunca jamás. Ni él mismo pudo hacerlo, construyendo ese escandaloso personaje mediático. No pudo nunca atenuar tanto brillo con los pantalones cortos y la camiseta número “10” tatuada entre pulmón y pulmón. “Diegol”, como la bautizó Victor Hugo después de la jugada de todos los tiempos. El que celebraba cada conquista en la Selección como si el fútbol hubiera nacido ayer y fuera a morir mañana.
Murió el Diego de la gente. El de la multitudinaria, fervorosa y emotiva despedida que le tributó un agradecido pueblo futbolero en la Bombonera. Fue el día que asumió con hidalguía y vergüenza sus tropelías, pero dejando en claro que “la pelota no se mancha”, para liberar el camino a los Messi, Agüero y cia, quienes siguieron su huella en el verde cesped.
No hay una herramienta absoluta para medir el talento, pero Maradona fue sinónimo de belleza con la número cinco en los pies. Cabeza arriba, visión de 180 grados, un guante en el botín zurdo, la gambeta precisa, la pegada prodigiosa. Caño, rabona, taco y sobrero. Su criterio, además incluía colocación, recepción, pase, perfil y panorama.
Diego se nos metió por la piel y por los ojos. Nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos jamás, aquellos hombres sensibles apasionados por el balompié lo sabremos siempre, aunque reneguemos de sus ataques de poder, sus vacilaciones y su desmesurada verborragia. Diego generó en una cancha lo que pocos. Admiración, orgullo, asombro, éxtasis, pertenencia, jactancia y emoción. Agotó las palabras, pero al mismo tiempo dio cada vez más motivos para escribir sobre sus hazañas.
Las verdades absolutas suelen ser traicioneras y más en un mundo tan relativo como el del fútbol, pero el “10” fue un manantial de agua fresca en medio del desierto y eso nadie lo podrá negar. Fue el héroe de la redonda. Todos lo amaron y todos lo cuidaron, pero no podía fallar, no tenía derecho a equivocarse, porque fue de los pocos que tuvo acceso a la gloria. Llegó a la cima, toco el cielo con su pasmoso botín zurdo, y al final de la historia, su caída pues fue una inevitable desdicha. Entiendo que sus barreras de censura deberían operar para que su incontinencia oral quede de lado y la templanza gane el otro partido. Pero hubiese dejado al mismo tiempo de ser Maradona, el del temperamento vehemente y sus actos privados cuestionables.
Este humilde admirador del mejor futbolista que vi en una cancha, hoy elige despedir con desgarrador dolor, al inigualable muchacho prodigio de la pelota y parafraseando a una cita «borgiana», aceptar que ante la muerte el mejor jugador del planeta… «huelgan las palabras».
Silencio, respeto por el dolor de tantos y tantos. Murió Diego Armando Maradona. Gracias por tanto «10»!!!
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Por Gustavo Mazzi
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