Angelito Di María vivía en la calle Perdriel, una de esas calles angostas y con zanjas del barrio Unión, cerquita del estadio de Rosario Central. En las grandes ciudades siempre hay un potrero cerca, y también un club. El primer potrero de Di María se llamaba Torito. Angelito recorría esas cinco cuadras a pie, con toda la ilusión y ansiedad de jugar y pasarla bien. Era a mediados de los 90. Miguel, el padre, tenía una carbonería y se mataba laburando para que Ángel y sus hermanas, Vanesa y Evelin, tuvieran lo que necesitaban. Su hijo, que estaba en los 10 años, ayudaba a embolsar carbones; era común que llegara a la escuela con las marcas negras de esa tarea.
La mamá, Diana, también salía a vender. Pedaleaba sin parar en su bicicleta, con Angelito atrás, una de sus hermanas adelante, un bolso deportivo, algo para comer y las bolsas de carbón para repartir en los barrios más duros de Rosario. Esa vida de esfuerzo y sacrificio dejó una marca imborrable en la familia, que nunca olvidó sus orígenes. Di María nunca perdió esa esencia. Así llegó a debutar en la primera de su querido CARC. No solo jugó en los clubes más importantes del mundo, sino que también fue compañero y escudero de los mejores futbolistas de su generación: Messi, Cristiano Ronaldo, Mbappé, Rooney, Neymar, Modric, Pogba… Y con la Selección Argentina, bueno, es otra historia. Goles clave y golpes hasta alcanzar la tan ansiada redención. Un camino que lo colocó, sin lugar a dudas, entre los mejores futbolistas de la historia en celeste y blanco. ¿Top3? ¿Top 5? ¿Top 10? Es el Ángel de la Scaloneta. Junto con Messi, son los únicos dos jugadores en la historia del fútbol que ganaron un Mundial Sub 20, una medalla de oro olímpica y un Mundial. Tiene el récord de haber marcado goles en tres finales distintas con la selección argentina y es uno de los cuatro futbolistas que anotó al menos un gol en una final olímpica y una de Copa del Mundo, además de ser uno de los dos jugadores (junto con el brasileño Ronaldo) que metió goles en una final de América y del mundo. Un verdadero elegido.
Gracias a la selección argentina, Ángel Di María aprendió a llorar. Lloró de bronca cuando se convirtió en el blanco de las frustraciones ajenas; lloró de alegría cuando superó las derrotas y se convirtió en un especialista en momentos inolvidables; y lloró de emoción, como en la caldera del Hard Rock Stadium, cuando ganó una nueva final con la celeste y blanca. Di María salió inundado en abrazos y en la ovación de los argentinos entre una multitud de colombianos. El equipo ganaba 1 a 0, la final estaba por terminar, y la tensión era tremenda. Pero el ambiente se detuvo para que el hombre de las mil batallas pudiera disfrutar ese momento sin prisa, como si quisiera que nunca se acabara. Fue hacia el banco de suplentes, donde lo esperaba su amigo, su socio, el mejor de todos. Lionel Messi, con el tobillo hinchado y dolorido, se levantó con esfuerzo y se fundió en un abrazo con Angelito. No había mucho que decirse, solo sentir. Fue el adiós glorioso que necesitaba. Di María se fue de la selección. Se fue campeón. Otra vez.
Angelito, el que desbloqueó todo en la Copa América 2021 con un golazo contra Brasil en su casa, poniendo fin a años de frustraciones; el que aportó en la Finalísima; el que metió uno de los goles más grandes de todos los tiempos en la final agónica de Lusail. El que «rompió la pared», que lloró en el césped del Maracaná para contarle a su familia, en plena pandemia, que la perseverancia siempre tiene recompensa, a corto o largo plazo. A los 36 años, el flaco y largo apodado Fideo, dejó atrás una carrera con 144 partidos, 31 goles y 32 asistencias con la camiseta argentina. Todo comenzó el 6 de septiembre de 2008, con 20 años y una prometedora trayectoria en las juveniles, en un partido de eliminatorias contra Paraguay (1-1). Esa noche, en el Monumental, Alfio Basile lo puso de titular y lo reemplazó en el entretiempo por Sergio Agüero. Di María es, después de Messi, el que más sufrió durante los años de sequía de títulos. Las finales perdidas, las crueles críticas. Di María le rindió culto a la perseverancia. Su personalidad se forjó a partir de las lágrimas por las críticas y las lesiones en momentos cruciales de la selección. Ante cada obstáculo, el rosarino siempre estuvo dispuesto. Con Maradona como DT, fue titular en el Mundial Sudáfrica 2010. Desde entonces, salvo algunas lesiones ocasionales, fue fijo para todos los seleccionadores. Alejandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli recurrieron a su gambeta impredecible y explosiva.
En el Mundial de Brasil 2014, Di María fue tanto héroe como víctima: anotó un gol clave contra Suiza, pero un desgarro lo dejó afuera de los partidos decisivos. En la Copa América 2015, se frustró el sueño en la final contra Chile, y desde el banco sufrió la derrota por penales. Al año siguiente, en la Copa América Centenario, se lesionó en el primer tiempo del segundo partido ante Panamá y, aunque volvió para la final, no pudo evitar otra derrota en los penales contra Chile. En Rusia 2018, sufrió con la desorganización de Sampaoli: fue titular en el debut contra Islandia, no jugó en la paliza ante Croacia y metió un golazo en octavos contra Francia que no evitó un final doloroso.
Con Scaloni, Di María encontró su lugar y dejó atrás las lesiones que parecían ser su karma. Disfrutó de una etapa dorada junto a Messi, en medio de un cambio generacional que permitió que ambos cerraran sus años en la selección con la gloria que merecían. Sin embargo, en un momento de la era Scaloni, se habló de que Di María podría quedar afuera. Incluso hubo roces públicos, como cuando no fue titular en la Copa América 2019 y luego quedó fuera de una doble fecha de eliminatorias en 2020. «No tengo explicación ni me la dieron», estalló. Scaloni le respondió que el equipo funcionó sin él, pero finalmente lo convocó de nuevo y se reconciliaron. En la Scaloneta, Di María encontró su rol, aunque no siempre fue titular. Sus apariciones fueron claves, como en la Copa América 2021, donde fue titular en solo dos partidos, pero metió el gol de la final contra Brasil.
Di María se ganó el cariño de la gente con sus lágrimas y goles excepcionales. Desde sus comienzos humildes en el barrio hasta ser el hombre que se levantó tras tantas críticas, su historia es la de un luchador. «La vida me dio más de lo que alguna vez le pude pedir», escribió en Instagram antes de la final, rodeado de homenajes y cariño. Ángel Di María se retiró con un lugar asegurado en la historia de la selección argentina. Este título de la Copa América en Estados Unidos, el cuarto de una saga épica, no giró en torno al mejor jugador del mundo, sino a él. La camiseta número 11, no la 10, fue la protagonista. Di María acaparó todos los flashes desde el primer hasta el último minuto del torneo, con una final espectacular que reflejó su gran categoría. No podría haber una despedida mejor para alguien que luchó tanto para que su esfuerzo fuera reconocido. A pesar de las críticas y las lesiones en momentos cruciales, volvió para alcanzar la gloria que había merecido siempre.
Angelito demostró que seguía persiguiendo el sueño de la selección, dispuesto a todo para tener su revancha. Su empuje y su convicción convencieron a un Lionel Scaloni inexperto para convocarlo nuevamente, y Di María devolvió esa confianza con creces. Aunque siempre hubo un indiscutible: Lionel Messi, Di María tuvo que pelear por su lugar y no siempre fue titular, pero cuando tuvo la oportunidad, se volvió indispensable. En esta etapa dorada del fútbol argentino, su nombre brilló con fuerza, siendo la pieza clave en momentos decisivos. Su gol en el Maracaná, el casi replay en Wembley y el inolvidable de Qatar lo convirtieron en el as que apareció cuando más se lo necesitaba. Así, Di María se llevó todos los flashes en una Copa América disputada en Estados Unidos, que no estuvo a la altura para albergar semejante figura, pero que no pudo opacar el brillo de Ángel.
Ahora sí, el partido
Ya metidos de lleno en el partido, una de las grandes preguntas que rondaban en la Selección era quién iba a llevar la cinta de capitán en la ausencia de Lionel Messi y Ángel Di María. Desde que Alejandro Sabella lo había ratificado como capitán allá por septiembre de 2011, Messi solo había dejado el brazalete en casos de extrema necesidad. Hace exactamente 16 años, el joven Messi se había puesto por segunda vez el brazalete en un triunfo 1-0 contra Venezuela, con gol de Nicolás Otamendi. Antes, había sido capitán en el tercer partido del Mundial de Sudáfrica contra Grecia, por decisión de Diego Maradona, aunque fue tras ese amistoso en Calcuta en 2011 que el rosarino había comenzado a construir su liderazgo. Ese jueves, ante Chile, en el primer partido del equipo después de la consagración en la Copa América, Messi no estuvo por lesión y dejó la cinta guardada por 13ª vez en el ciclo de Lionel Scaloni.
Sin el crack y con Ángel Di María poniendo fin a su etapa con la selección, los principales candidatos a llevar la cinta para el partido contra la Roja eran un misterio: Nicolás Otamendi, un histórico del plantel, y Lautaro Martínez, capitán en el Inter, venían de ser suplentes en la final contra Colombia y peleaban por un lugar entre los once titulares. Si no estaban ellos, la lista de aspirantes se reducía a tres pilares de la era Scaloni: Emiliano Martínez, Cristian Romero y Rodrigo De Paul. Para cualquiera de ellos (y también para Lautaro) habría sido la primera vez como capitán del seleccionado. Fideo había sido uno de los que más veces reemplazó a Messi como capitán: la primera vez, en 2021, en un partido 1-0 sobre Uruguay en Montevideo, y luego tres veces en 2022: 2-1 en Chile, 1-0 sobre Colombia en Córdoba y 3-0 a Jamaica en New Jersey, previo al Mundial de Qatar. Nicolás Tagliafico, también con cuatro veces, había sido el primer capitán argentino bajo Scaloni: 3-0 a Guatemala (día del debut del DT), 0-0 con Colombia y 2-0 sobre México en 2018, y 4-0 a Estados Unidos en 2019. Luego venían Otamendi y Germán Pezzella con tres, y Sergio Romero y Gabriel Mercado con una. Tagliafico tampoco estuvo ante Chile por lesión, y su lugar en la lista lo ocupó Marcos Acuña, quien había lucido la cinta de capitán por ocho minutos en un amistoso contra Ecuador en España.
Desde Emilio Solari, primer capitán campeón de América en 1921, hasta Lionel Messi, el jugador que más veces había lucido la cinta en la historia de los Mundiales (19), la selección tuvo grandes referentes a lo largo de los años. Antonio Rattin, Roberto Perfumo, Daniel Passarella, Diego Maradona, Diego Simeone, Gabriel Batistuta, Juan Sebastián Verón y Javier Mascherano fueron algunos de los privilegiados en portar el brazalete; y también hubo algunos sin tanto recorrido en Europa pero que tuvieron la oportunidad de vestir la cinta albiceleste. Marcelo Espina, por ejemplo, heredó la 10 y la cinta de Maradona durante la sanción a Diego por doping en 1994, elegido por Daniel Passarella. Néstor Fabbri llevó tres veces la cinta en 1995, precisamente ante la ausencia de Espina. La primera vez fue en Córdoba, en un amistoso ante Perú que terminó 1-0 para Argentina con gol del defensor. “A mí me gusta mucho el Cuti (Romero), pero creo que Dibu y De Paul también se lo merecen. Algunos dicen que De Paul podría pasarse con las protestas, pero no creo que cambie su actitud por llevar o no la cinta de capitán. Ya está en su naturaleza”, opinó la ‘Tota’.
La posición de Martínez en la cancha también era un tema a considerar. En julio de ese año, antes de los Juegos Olímpicos de París, la FIFA anunció que solo los capitanes podrían discutir decisiones con los árbitros, una disposición que también aplicarían los jueces argentinos a partir de la próxima fecha de la Liga Profesional y que ya se empezaba a replicar en otras partes del mundo. Al igual que Cuti Romero en Tottenham, Dibu era el subcapitán del Aston Villa (donde el capitán era el inglés John McGinn) y había llevado la cinta varias veces en la Premier. Sin embargo, nunca la había lucido en sus 45 partidos con la selección, con 33 vallas invictas. De los últimos entrenadores argentinos, la mayoría había elegido a su capitán. A excepción de Bielsa, que dejaba la decisión en manos de los jugadores, todos habían optado por un futbolista en particular, al menos al inicio de sus ciclos: Coco Basile, a Juan Román Riquelme; José Pekerman, a Roberto Ayala; Diego Maradona y Sergio Batista, a Javier Mascherano; y Alejandro Sabella, a Messi, quien se había mantenido como capitán durante los períodos de Gerardo Martino, Edgardo Bauza, Jorge Sampaoli y Lionel Scaloni.
Uno de los tantos capitanes argentinos en la era Bielsa había sido Roberto Sensini, mundialista en 1990, 94 y 98, quien compartió el brazalete con otros símbolos del combinado argentino como Batistuta, Simeone y Verón. Para el exdefensor, el peso del apellido valía más que el de la cinta. “Que tus compañeros te elijan capitán es un reconocimiento enorme a la trayectoria de un jugador. Bielsa, por ejemplo, nos dejaba elegir a nosotros, porque éramos varios futbolistas con experiencia y él sabía que nadie cambiaría su conducta por llevar o no la cinta. El capitán es capitán por naturaleza. De Paul, por ejemplo, es quien más habla con el árbitro a pesar de que el capitán es Messi, porque está en su personalidad. El Dibu Martínez, lo mismo. Cuti Romero, también. Son jugadores que se imponen por presencia. Lautaro, quizás, al ser un poco más joven, está un escalón por debajo de ellos tres. Pero insisto, cualquiera de ellos podría ser capitán. Lo preocupante sería que no hubiera candidatos”, concluyó Sensini.
A bordo del 4-3-3, Scaloni probó un esquema que pone énfasis en mantener la pelota. La salida desde el fondo se ha convertido en una de sus marcas registradas. El posicionamiento de los defensores, la profundidad de los laterales y la astucia de los mediocampistas le dan flexibilidad a la hora de construir el juego, sin importar la presión que ponga el rival. Cuando se instala en el campo del adversario, mediocampistas y delanteros se agrupan por el centro y los laterales aportan con su amplitud en las bandas. Con el talento y la creatividad de sus jugadores, siempre son una amenaza, y a medida que ganan partidos, incorporan más recursos para generar peligro. En defensa, Scaloni opta por ser proactivo para recuperar la pelota y dejar al rival desbalanceado. Lo más común es que sus jugadores orienten al adversario hacia los costados para luego saltar con más agresividad a recuperar el balón. La recuperación tras la pérdida es clave en su estrategia porque le permite seguir atacando y evitar las contras. Si el partido requiere que su equipo se retrase, los jugadores intentan mantener la intensidad en las persecuciones individuales para recuperar el balón lo más rápido posible.
Como sucedió en algunos pasajes de la reciente Copa América, no fue bueno el primer tiempo de Argentina. Si bien este equipo se caracteriza por tener la pelota y tener cierto juego asociado, no mostró la claridad y ni la profundidad a las que nos tiene acostumbrados. Atacó mucho por el costado derecho, y uno de los abanderados fue Nahuel Molina (7). Armó un buen tándem con Rodrigo de Paul por el costado derecho. En una de las primeras acciones del partido, traccionó por derecha, Julián amortiguó de primera a Rodrigo de Paul, el disparo y el tiro de esquina para la Selección. ¿Lo mejor? Fue la triangulación en la mitad de la cancha luego de una tenencia prolongada. Tuvo criterio en la marca y pasó con decisión al ataque. Uno de los mejores partidos del ex lateral de Boca. Sin embargo, cuando Argentina llegaba al área rival no podía romper el cerrojo chileno. La pelota llegaba al área de Chile, y se notaba que no tenía muy claro qué hacer. La banda izquierda, casi que pasó desapercibida. Porque Lisandro Martínez, quizás fue uno de los puntos más bajo que tuvo la Selección en esta goleada. Le costó tener sorpresa, amplitud y profundidad por el costado izquierdo. Chile encontró numerosos espacios a espaldas de Licha durante el partido, y no perdieron tiempo en explotar esa debilidad. Cada vez que avanzaban, parecía que atacaban sistemáticamente por la vía izquierda, aprovechando la falta de cobertura adecuada en ese sector. Lo mismo para Nicolas González (4) quien estuvo cerrado por izquierda, la idea de Scaloni era que tenga amplitud por el costado izquierdo. Por su parte, Gareca le pidió a Isla que no lo pierda de vista al hombre de la Fiorentina, que le costó ser desequilibrante, no pudo terminar las jugadas e imponerse en los mano a mano. Terminó reemplazado por una molestia física.
Chile fue intenso en la presión. Ocupó bien los espacios y le cortó todos los circuitos futbolísticos a la Argentina en esos primeros 45 minutos. Lo presionó a Enzo Fernández, que se equivocó en la primera pelota cuando quiso jugar hacia atrás, la tomó uno de Chile, pero por suerte no terminó en nada. En esta ocasión, el hombre de Chelsea quien estuvo en la ojo de la tormenta por racismo luego de la consagración de Argentina en Copa América, estuvo más posicional que en otros partidos, asumiendo un rol más defensivo y de trabajo sucio que le impidió lucirse con la pelota como suele hacerlo. Sin embargo, mostró una mayor agresividad en los últimos metros y fue clave en la recuperación de una pelota crucial que llevó a la definición de Julián Álvarez y al 2-0. Su capacidad para recuperar balones y su aporte en el equilibrio del equipo fueron notables, aunque no tuvo tanto protagonismo en la creación de juego.
Chile se plantó con una firmeza que no daba lugar a dudas: sin pelota, el equipo de la Roja se alineó en un 4-4-2 bien compacto, y su estrategia estaba clara desde el arranque. Osorio, el central de la selección chilena, tuvo una tarea crucial, marcando a Enzo Fernández con una vigilancia casi pegajosa. Cada movimiento de Enzo estaba seguido de cerca, sin chance de escapatoria. El bloque medio chileno se formó con una precisión milimétrica, cerrando los espacios y cortando los circuitos de juego que los argentinos solían manejar con tanta soltura. Era como si hubieran desplegado una muralla humana que se movía en bloque, limitando cada intento de los dirigidos por Scaloni para conectar y crear jugadas. Los chilenos, bien parados en la cancha, no daban un metro de ventaja, y el partido se volvió una batalla de desgaste. Pero no solo la disposición táctica era la que marcaba la diferencia; las faltas se convirtieron en una herramienta recurrente en su estrategia defensiva. Con cada falta que cometían, no solo frenaban los avances argentinos, sino que también enfurecían al rival y mantenían el juego a su ritmo, sin permitir que el equipo local se acomodara y encontrara su ritmo.
Una vez que pudo sortear la presión chilena, Argentina empezó a tomar la iniciativa. A diferencia de otros partidos, le costó tener juego asociado. No brilló, pero tuvo la capacidad de ser paciente para tocar, siempre buscando abrir espacios y desorganizar la defensa chilena. La pelota pasaba de un pie a otro, como si quisiera encontrar el momento exacto para dejarse caer en el área rival. Sin la pelota, la actitud no fue muy diferente. Argentina se mostró tan activa como cuando tenía el balón en su poder. La presión alta era la orden del día. Los jugadores, siempre atentos, presionaban al adversario para recuperar la pelota lo más rápido posible. La estrategia era clara: no darles un respiro, hacerles sentir que no podían relajarse ni un segundo. La intensidad era la misma, el ritmo no bajaba. El equipo de Scaloni había trabajado para que, incluso sin la pelota, se mantuvieran en constante movimiento, presionando y buscando recuperar el balón para seguir con la misma intensidad y dominio del juego.
Cuando Chile se hacía con la pelota, la situación no mejoraba mucho para ellos. Ante la intensa presión que ejercía Argentina, la estrategia chilena se tornaba más desesperada que calculada. Cada vez que los chilenos lograban ganar el balón, parecía que la única idea que cruzaba por sus cabezas era deshacerse de él lo más rápido posible. La presión argentina era asfixiante, con los delanteros y volantes argentinos presionando sin descanso. No daban respiro, y los jugadores chilenos se veían obligados a recurrir a pelotazos largos y despejes apurados. La salida desde el fondo se volvía un ejercicio de supervivencia: un pase fallido, una recepción imprecisa, todo se convertía en una invitación a la presión rival.
Ricardo Gareca movía los brazos como si pudiera desviar la presión con gestos desesperados. La idea de mantener la posesión se evaporaba rápidamente en medio de las acometidas argentinas. Cada vez que la pelota llegaba a los pies de un chileno, lo primero que hacía era levantar la cabeza para ver un mar de camisetas albicelestes acechando. Los chilenos, sin otra opción, se apresuraban a enviar el balón hacia adelante, buscando cualquier rincón del campo donde pudieran respirar y tomar un segundo de tranquilidad. Pero la presión argentina no daba tregua. Cada despeje era un acto de pura supervivencia, y cada intento de juego corto se veía sofocado por la intensidad rival.
Durante la primera etapa, Argentina se encontró con un problema recurrente: el último pase. Disponía del dominio y la posesión, pero les faltaba el toque final. Cada vez que llegaban al borde del área chilena, el último pase, ese que podría haber definido la jugada, se iba al limbo. Chile, como un bloque sólido y compactado, se cerraba cada vez más, no dejaba ni un resquicio. La defensa chilena, con una disposición férrea, lograba neutralizar los intentos de los argentinos de crear situaciones de peligro. La presión constante de los chilenos no daba respiro, y los argentinos, aunque tenían la pelota, no conseguían encontrar el espacio necesario para concretar.
La primera situación clara del partido llegó a los 18 minutos del primer tiempo, y vaya que fue un momento para la memoria. Todo comenzó con un pase exquisito de De Paul, que filtró el balón entre líneas con una precisión de cirujano. El pase fue perfecto, directo a los pies de Lautaro Martínez, que se encontraba de espaldas al arco, pero con la vista fija en el juego. Lautaro, con esa inteligencia y visión que lo caracteriza, recibió el balón con un toque sutil y, sin siquiera mirar, realizó un taco espectacular que dejó a los defensores chilenos descolocados. La jugada parecía destinada a abrirse camino hacia el gol. El balón, después de ese brillante toque de Lautaro, quedó a merced del volante ofensivo argentino que se acercaba velozmente. El volante no perdió tiempo. Con un disparo potente y bien dirigido, hizo que Gabriel Arias, el arquero chileno, se estirara al máximo. Arias mostró toda su capacidad de reflejos, extendiendo su cuerpo y atrapando el balón con una gran intervención. Fue una jugada llena de dinamismo, calidad y ese toque de magia que solo los grandes pueden brindar.
Rodrigo de Paul (8) es uno de esos jugadores que, aunque le pueden criticar un montón de cosas, es imposible que falte en el equipo. Es el alma del conjunto, el motorcito que mantiene todo en movimiento. Su despliegue y sacrificio en la cancha son innegables. No solo jugó y metió, sino que además participó activamente en la jugada del gol, saliendo rápido, conectándose con Julián y buscando el centro atrás que permitió la definición de Mac Allister. Si bien es cierto que en la primera etapa estuvo algo impreciso en los pases, eso no es motivo para reprocharle nada, ya que su rendimiento global fue destacado. Armó un interesante tándem con Molina y el ex Racing demostró una vez más por qué es indispensable: no solo por su entrega y esfuerzo, sino también por su capacidad para influir en momentos clave del juego. Aunque se puedan señalar detalles menores, el aporte que hace al equipo es invaluable. Una de esas ejecuciones estuvo de dar frutos. Mandó un centro con la intención de poner el balón justo en el lugar donde mas podía hacer daño. Y lo logró. El centro fue preciso, medido al milímetro, y encontró al Cuti Romero (8), quien estuvo impasable en el mano a mano. Atento siempre a los cruces. Una de esas ejecuciones estuvo cerca de dar frutos. De Paul preparó un centro con la intención de poner el balón justo en el lugar donde más podía hacer daño. Y lo logró. El centro fue preciso, medido al milímetro, y encontró la cabeza del Cuti Romero, que se alzó entre los defensores chilenos con gran determinación. El cabezazo del Cuti parecía tener destino de gol, pero Gabriel Arias, el arquero chileno, volvió a demostrar su reflejo y destreza al lanzarse con agilidad para atrapar el balón. Neutralizó a Vargas.
El partido seguía su curso, y De Paul seguía siendo el hombre que hacía que el juego argentino fluyera con más intensidad. Su influencia en las pelotas detenidas, junto con su capacidad para cambiar el ritmo y la dinámica del partido, lo convirtió en una amenaza constante para la defensa chilena. Cada vez que el balón caía en sus pies en una situación de tiro libre o córner, había una sensación palpable de que algo interesante podría ocurrir. Argentina tuvo mayor sincronización por el sector derecho, pero llegando a la media hora de juego, empezó a dejar espacios en la última línea con cada pelotazo. En una de las primeras acciones ofensivas, Chile tuvo espacio en la ofensiva. Un pase de Vargas. El atacante se acomodó para definir, le pegó de zurda, sin embargo, se tuvo que topar con Nicolás Otamendi (7), que volvió a ser ese caudillo que brinda solidez y tiene voz de mando. En una de las pocas veces que Chile tuvo espacio en ofensiva, un pase largo fue para Vargas. El atacante se acomodó para definir, le pegó de zurda, pero Otamendi se tiró al piso a barrer, tapó el disparo que iba al arco y la mandó al córner. El único punto malo es que Catalán le ganó la marca en un cabezazo que pegó en el palo izquierdo del Dibu. Luego, no tuvo ningún inconveniente. su actuación fue bastante aceptable. Sus cierres y despejes fueron cruciales para evitar que los ataques chilenos se convirtieran en ocasiones de gol. Así, a pesar de las dificultades y la presión constante, el ex Vélez logró mantener la defensa en pie y minimizar el impacto de los ataques rivales.
Después de los primeros 30 minutos, Argentina empezó a sentir un bajón en el control del juego. Al principio, la tenencia de la pelota era casi toda para los argentinos, pero de repente, Chile empezó a hacer valer sus armas. Con una presión más intensa y mejor organización, los chilenos comenzaron a recuperar balones y a meterse más en el partido. Así, el dominio argentino que habíamos visto al principio se fue diluyendo. Chile no solo empezó a equilibrar la posesión de la pelota, sino que también comenzó a crear peligro. Los espacios que antes eran dominados por los argentinos se cerraron, y cada vez les costaba más mantener el control del juego de derecha. Por momentos, Argentina mostró imperfecciones en el manejo del balón. Aunque la tenencia era mayormente argentina, se notó que no estaba tan afinada como de costumbre. Hubo varios pases imprecisos y decisiones apresuradas que hicieron que el juego perdiera fluidez. Las transiciones no eran tan limpias, y se notó cierta falta de precisión en los movimientos y en la distribución del balón. Esto permitió que Chile aprovechara las oportunidades para recuperar la pelota y contragolpear, manteniendo el partido mucho más parejo de lo que esperábamos. Además, hubo un desacople defensivo notable. Cada pelota larga de Chile siempre encontró mano a mano a los centrales de Argentina. La situación más clara la tuvo el equipo de Gareca. Un centro de Isla al corazón del área, el cabezazo de Catalán, le ganó la marca a Otamendi y el palo izquierdo le dijo que no, todo ante la atenta mirada de Dibu Martínez.
Un segundo tiempo demoledor
El comienzo del segundo tiempo fue impecable para Argentina. De Paul, la figura de la cancha, inició la jugada y la abrió por el costado derecho. Julián Álvarez metió el centro, Lautaro dejó pasar la pelota entre sus piernas, y Alexis Mac Allister (6) se encargó de marcar el 1-0. A partir del gol, empezó a crecer el trabajo del ex Boca, ya que tuvo un primer tiempo bastante discreto. Durante la semana estuvo resentido por una molestia física, por ende, no tuvo demasiada participación en esa primera etapa donde la Argentina tuvo la pelota, pero le faltó profundidad. Con el resultado a su favor se pudo soltar un poco más y definió tras una muy buena sucesión de pases para encaminar el triunfo en una de las primeras pelotas que tocó.
Lionel Scaloni tiene una debilidad por varios futbolistas, y uno de los que más aprecia es Giovani Lo Celso. Aunque últimamente la participación de Giovanni Lo Celso (6) en el Tottenham no haya sido tan destacada, es uno de esos jugadores que ha estado desde el arranque del ciclo de Scaloni y, después de varias rachas negativas y lesiones que lo postergaron, finalmente se colgó la medalla de campeón en la Copa América 2024 en Estados Unidos. No solo ganó el título, sino que también se elevó a un nivel técnico que lo destaca entre otros talentosos enganches de la selección. Ya lo había hecho en la Copa América 2021, pero necesitaba una revancha más reciente. Obviamente, en un plantel, todos suman. No se gana un campeonato solo con los once titulares. El grupo entero es clave, y las características de cada uno potencian las virtudes colectivas. En la selección argentina, el respeto y el apoyo mutuo son fundamentales. La competencia es feroz, y cuando se trata de disputarse un puesto entre Enzo Fernández o Alexis Mac Allister, una práctica se convierte en un verdadero desafío. Pero cuando Scaloni toma una decisión, todos se alinean detrás de ella sin chistar. Lo Celso nunca se quejó.
El cambio de Lo Celso por Fernández en el partido contra Chile durante la Copa América 2024 en el MetLife Stadium, el 25 de junio de 2024, fue un momento clave. Lo Celso, a pesar de haber estado algo relegado por su productividad en comparación con otros jugadores como Paredes, De Paul, Fernández, Mac Allister, Di María y Guido Rodríguez, demostró que siempre está a la altura cuando se le necesita. Aunque Alejandro Garnacho, Valentín Carboni y Exequiel Palacios también están en la pelea por un lugar, el único que no tiene rival es Messi. A pesar de las lesiones graves que lo limitaron, cada vez que Lo Celso tuvo minutos con la selección, estuvo a la altura del desafío. Un buen ejemplo fue la final contra Colombia en la Copa América 2024. Entró a los 6 minutos del primer tiempo extra por Enzo Fernández en el famoso cambio triple que Scaloni hizo, y aunque su inicio fue algo errático, luego asistió a Lautaro Martínez para el gol que definió la victoria argentina. Según Opta Stats Perform, tocó 11 pelotas, dio 7 pases correctos, recuperó dos balones y recibió una falta. Además, nunca le faltó el sacrificio defensivo.
Nuevamente, uno de los herederos post Di María se ubicó por la izquierda y entró enchufado desde el primer minuto, pidiendo la pelota constantemente y tratando de sorprender con pases profundos. Su presencia le dio dinámica al sector izquierdo del equipo, aportando velocidad y creatividad en el juego. Aunque no logró marcar una gran diferencia en términos de goles o asistencias, se destaca la actitud y la búsqueda de opciones ofensivas. Ya con el resultado a su favor, la Selección empezó a tener el control de la pelota, tratando de encontrar los posibles espacios que pueda llegar Chile. No obstante, con el correr de los minutos, Chile empezó a ganar metros en campo enemigo. Le robó la pelota a la Argentina, y se animó a jugarle de igual a igual. Ricardo Gareca metió dos cambios. Entró William Alarcón para darle más juego y fútbol a la mitad de la cancha, y Palacios, el que quiso Boca en este mercado de pases.
El Tigre volvió a meter mano en el equipo. Entró Mena por Galdames y Baeza por Echavarría, el hombre de Huracán. Mientras tanto, Scaloni realizó cambios. Entró Acuña por Lisandro Martínez. En los pocos minutos que estuvo en la cancha, su participación fue bastante limitada. No logró influir demasiado en el juego, ni en el desarrollo de las jugadas. A pesar de su breve tiempo en cancha, su esfuerzo y disposición para colaborar siempre son apreciables. Alejandro Garnacho (6) por Lautaro Martínez y Paulo Dybala (7) por Mac Allister.
Desde siempre, Lionel Scaloni lo tuvo en la cabeza. Siempre. Entonces, para el técnico de la Selección, fue complicado dejarlo afuera cuando no le quedaba otra. Especialmente porque Lionel confía en el talento de Paulo Dybala, sabe de su calidad, lo ve como una carta segura. Por eso, aunque no estuvo en la Copa América y en principio quedó afuera de esta doble fecha de Eliminatorias, su vuelta tiene un poco de todo eso.Dybala está de nuevo en la Selección justo después de una ausencia que lo golpeó fuerte, cuando otra vez se quedó afuera de la Copa América. Ya le había pasado en la edición 2021, la de la primera consagración. O sea, se perdió dos estrellas que no pudo sumar en este ciclo y, claramente, lo lamentó como un jugador que formó parte de todo el proceso.Le tocó entrar y se mostró enchufado. Parecía un verdadero mago con la pelota. En la primera que tocó, intentó un pase filoso que casi termina en gol de Garnacho. Después, cerró la goleada con una definición impecable y se llevó una ovación bien merecida por todo lo que aportó y su calidad en la cancha.
Para destacar el ingreso de Alejandro Garnacho. Otro de los que vivió un momento especial. Porque debutó con la Selección que eligió y además estuvo cerca del gol, ese gol que pronto vendrá. Se estacionó en la izquierda, buscando salir rápido en cada recuperación. Estuvo cerca de marcar, pero Gabriel Arias le negó el gol con una buena intervención. A pesar de no concretar, terminó asistiendo a Paulo Dybala en el 3-0 demostrando su habilidad y visión de juego. ¿Y los 9? Se complementaron bien. Julián Álvarez (7) estuvo movedizo, siempre buscando opciones y picando al vacío. Se mostró constantemente como una alternativa para sus compañeros y, de hecho, asistió a Mac Allister para el primer gol. Pero eso no fue todo: con un zurdazo espectacular, liquidó el partido y selló la victoria. Sin dudas, su movilidad y precisión fueron claves para el triunfo. Por otra parte, Lautaro Martínez (6), en la primera parte, se lo vio bastante estático como referente de área, lo que le costó meterse en el juego. Sin embargo, en la segunda mitad tuvo una intervención clave al dejar pasar la pelota en una jugada crucial, lo que permitió que Alexis definiera solo y sumara un gol importante. Aunque su rendimiento no fue el mejor en el primer tiempo, supo hacerse notar en el momento adecuado.
El golazo de Julián Álvarez –de zurda- fue el toque final para cerrar un partido que Argentina ya tenía en el bolsillo. Aunque el marcador era ajustado, siempre estaba el riesgo de que Chile, que no le llegaba ni a los talones a Argentina, pudiera meter alguna jugada salvadora. Emiliano Martínez (6) se la pasó mirando el partido, casi ni tuvo que intervenir porque Chile casi no molestó, salvo un cabezazo de Catalán que dio en el palo izquierdo después de ganarle a Otamendi. Recién a los 42 minutos del primer tiempo tuvo que hacer algo cuando le tapó un tiro a Carlos Palacios. Al final, el zurdazo de Dybala, metiendo la pelota al lado del palo derecho de Arias, le dio un plus a la victoria y a un segundo tiempo impecable. Argentina jugó como un verdadero campeón. Sin dudas, jugó como un campeón.
El Monumental se convirtió en un boliche
Cuando el árbitro Jesús Valenzuela dio el pitazo final, el Monumental se transformó en una fiesta total. Los jugadores argentinos se juntaron en el medio de la cancha para empezar a festejar el bicampeonato de América. La Copa y un micrófono fueron todo lo que necesitaban para hacer de la noche una locura, y los hinchas no se movieron de sus asientos, delirando en el Monumental. Como era de esperar, Rodrigo De Paul tomó la posta y comandó el festejo: «A mí me vuelve loco esta Selección…», cantó el Motorcito, mientras Ángel Di María volvía a entrar al campo para recibir más homenajes. A partir de ese momento, la cosa se descontroló. Primero, Florencia Chiusano cantó el hit que ella misma creó y que la Selección hizo famoso en la Copa América: «Oh, Selección, Selección, Selección / La banda argentina te vino a alentar / Solo quiere verte dar la vuelta».
Hubo vuelta olímpica y más cantos, con Lautaro Martínez también tomando el micrófono. La cosa pasó de los clásicos de campeón a las cargadas al rival, al ritmo de «brasilero qué pasó, arrugó el pentacampeón» y «el que no salta, murió en Brasil». Faltaba poco para uno de los momentos más esperados. Porque cuando todo el plantel terminó de dar la vuelta y se dirigió al arco opuesto, pusieron la Copa América adelante y los jugadores se tiraron de cabeza hacia ella, como suele pasar en estos festejos. La gente deliró y cantó, pero el Monumental estalló cuando el Dibu Martínez se puso el trofeo en sus partes íntimas, al igual que hizo con el título del 2021 y el guante de oro del Mundial de Qatar.
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