Fue un sismo. Una dramática y sufrida explosión de gol. Hay quienes aseguran que todavía hoy, 11 años después, se escuchan los gritos de aquel festejo por el gol de Alario en el barrio Centenario. Fue un domingo no apto para cardíacos, frase hecha si las hay, pero nunca encajó tanto como aquel 18 de mayo de 2014.
Colón salvó el pellejo de las garras del hambriento Olimpo. Fue una “cacería” impiadosa, una corrida de toros, la última fecha que tanto definía. Escapar, atacar, golpear, recibir, festejar, sufrir, llorar. Qué locura, cuanta pasión.
Esa tarde del 18M arrancó Arsenal “bondadoso” con los santafesinos. Olimpo obstinado y ¿ambicioso?. Empatan los del “cercano Oeste” y al rato, en el “Brigadier” la alegría es bahiense. Luego “paran la mano”. El árbitro cobra penal y Colón tiene “su” gran oportunidad. Ruge el estadio. La revancha del Chipi. Falla. Acierta en el rebote. La desazón se mezcla con la ilusión en tan solo dos segundos. Todo empatado.
Comienzan a ganar los miedos y al mismo tiempo se agrandan los rivales traicioneros, de acá y allá. Tiempo de descuento, Godoy Cruz contento, el primero en llegar a la orilla. El reloj se detiene… algunos corazones también. Albertengo deja a los rafaelinos en las puertas de la gloria. En Santa Fe, parece que ya no quedan jugadas para no llorar… solo que “el silencio se oía”.
El gran teatro dejó de bramar. No quedaba tiempo para nada, para nadie. El partido se moría junto a las intenciones de esos muchachos que no dejaron nunca de pelear. Nadie se movió, porque imagino que querían aplaudir de pie a los jugadores que todo lo dieron, que nada se guardaron.
Pitana vio a todo un pueblo encomendado a Dios y dijo «una más». Minuto 49 del segundo tiempo. “Ganó Rafaela”, dijeron en la radio. Varios se miraron sin ver. Otros quedaron golpeados por un mazazo cruel, brutal, demoledor a causa de esas dos palabras pronunciadas con toda la crueldad de su fugaz contenido.
Comenzaba la resignación para la mayoría. Pero mientras eso ocurría afuera, el guerrero arquero sabalero ya estaba lanzado al área enemiga. Los visitantes creyeron que el golero sólo iba a cabecear en el afán desesperado de un equipo que lucha por una oportunidad más. Pobrecitos, no sabían! No sabían que Montoya repartía las últimas balas, porque a eso fue al área!!! Al mismo tiempo, Osella, calmó su bravura, y con una tranquilidad meridiana, impropia del DT en un momento tan límite… dio la orden.
El líder del escuadrón Sabalero decidió ejecutar el ataque final… Gandín envió una granada que Nereo Champagne no pudo sacar. La misma explotó en el pie de Lucas Alario, quien se reivindicó de yerros anteriores, con una conquista que provocó un movimiento telúrico en nuestra capital, registrado a la hora 4,49 pm, en la intersección de las calles JJ Paso y Bv Zaballa, alcanzando 1,246 en la tabla de promedios, según la medición del Instituto de Sismología de la AFA con asiento en Santa Fe.
Colón mostró aquel día una vez más ser un equipo de hierro. Los que no saben de “batallas decisivas” jamás se darán cuenta que lo mejor es ganar con el tiro del final. No es suerte o casualidad, sino una estrategia de combate. Así se llegó con chances de subsistir cuando ya daban al equipo por “perdido”. Lo de aquel grupo de guerreros fue un acto de heroísmo, desde el minuto uno hasta el final. Fue algo extraordinario, que por eso es digno de recordar, aún con el doloroso final en Rosario una semana después.
El poeta, dramaturgo y escritor francés, Victor Hugo, dijo sabiamente: «El futuro tiene muchos nombres: para el débil es lo inalcanzable; para el miedoso, lo desconocido. Para el valiente, la oportunidad». Aquello ya es historia y el fútbol siempre da y dio nuevas oportunidades. Si lo sabrá la gente de Colón.
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Por Gustavo Turco Mazzi para SD
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