Pega fuerte el sol de febrero en Progreso. Pero, más fuerte pega la realidad. La verdad revelada, la más temida, llegó el jueves 7 cuando se confirmó que el cuerpo encontrado en el Canal de la Mancha es el de Emiliano Sala: El Emi. El ídolo del pueblo. Ya nada será igual en esta coqueta localidad de 3 mil habitantes. Ya no esperarán la llegada del verano europeo para ver arribar al héroe silencioso. Para esa juntada con amigos. Para el picado. Para la picada. Para las salidas. Para escucharlo contar cómo es jugar en el primer nivel del fútbol mundial. Para quedar anonadados porque sigue siendo el mismo. El de aquellos años en que vestía la camiseta de San Martín. El que un día, en plena adolescencia partió rumbo a San Francisco. El que una vez, sin saber cómo sería el futuro, se subió a un avión para llegar a Europa.
«Está triste el pueblo», me cuenta Julio Muller, el presidente de la comuna. Y tiene mucha razón. Se nota en la gente. En los rostros mirando el piso. En las caras compungidas. En esa pregunta que nunca tendrá respuesta y que todos se formulan: ¿Por qué a él?
«Se me fue el amigo que todos queremos tener», me responde Martín Molteni, con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas. Es que jugó al fútbol con el Emi, allá cuando la historia comenzaba. Pero también compartió cada paso de «El Tanque», por el viejo continente. Martín sabe cuánto la lucho, cuánto la peleó y tiene claro que a pesar de ser un delantero top en los últimos tiempos, siempre tuvo los pies sobre la tierra. Nunca se le subieron los humos. Los Molteni, en realidad, una familia muy conocida en el pueblo, tenían contacto directo con Emiliano. Martín y Omar, su padre, estuvieron una semana viviendo en la casa del 9 del Nantes el año pasado. Jugaron con Nala (la perra labradora), pasearon por parte de Francia y el guía fue… sí, el guía fue el Emi. «Menos mal que hicimos ese viaje, fue inolvidable», sostienen los dos casi al mismo tiempo.
«No quisiera hablar, es todo muy triste. Tengo el recuerdo de mi padre hablando de él, pero no creo que me corresponda decir algo», nos responde Paola Zibechi. Ella es la hija del Piojo, ex jugador de Estudiantes y Colón, entre otros. Pero el plus del Piojo es que lo dirigió al Emi en inferiores de Progreso y el pibe, lo recordó siempre. «El técnico que me marcó fue el Piojo Zibechi que lo tuve de muy chico…Él me dio la oportunidad de jugar en reserva cuando tenía 15 años», rememoraba Salas en el libro de los 100 años del club San Martín en 2017. Paola habla y se le llenan los ojos de angustia por el presente. La saludo y ella en forma respetuosa me vuelve a pedir disculpas por no querer hablar… «Tranquila, cómo no te voy a entender», le digo y sigo.
Cruzando la calle está la casa donde vive Horacio Sala, el padre. A él lo conozco desde hace tiempo. En el verano de 2013 en ocasión de hacerle una entrevista a Emiliano, cuando daba sus primeros pasos en Francia, el intermediario fue Horacio. Lo volví a ver hace pocos días, con la tragedia consumada. Lo veo que está hablando por teléfono apoyado en un portón chico que tiene su domicilio. Me acerco despacio. Es el momento más duro. Noto sus ojos rojos. Llenos de tristeza infinita. Corta la llamada por celular. Nos damos un abrazo. «Ya está, ya está. Pero sigo sin creerlo», alcanza a soltar mientras solloza. Accede a conversar con el micrófono adelante y el cierre es angustiante porque le habla al hijo. «Volvé Emi, te estamos esperando…»
Pasamos por delante del Club San Martín. Hay carteles pidiendo por su búsqueda. Quizás, en breve, ese estadio que hoy no tiene nombre, se llame Emiliano Sala. Será otro motivo de orgullo del pueblo.
Ya es tiempo de dejar el lugar. Frente a la plaza, la iglesia. Allí se está rezando el rosario, como se hizo cada día desde el 21 de enero. Desde esa jornada trágica y maldita. Buscan en forma colectiva algo que es difícil encontrar: resignación.
Nos volvemos. Progreso está triste. Progreso está silencioso. Qué más se puede decir, me pregunto. Ya es el tiempo de volver a Santa Fe con mis compañeros del canal. Oscar, Marcelo, David y Jorge son los que compartieron esta jornada calurosa y llena de congoja. Ya es de noche y estamos en la ruta. Pienso en Mercedes, la mamá de Emiliano. Siempre me preguntó cómo puede uno reponerse a la ausencia de un hijo. En realidad, la pregunta que me hago es si es posible reponerse a ese golpe. Pienso en Romina, su hermana, que está también en Europa junto a Darío, su otro hermano, y fue la primera en ponerse al hombro la dura tarea de buscar al hermano que no estaba por ninguna parte. En el auto, de regreso, en la radio suenan algunas canciones como fondo de un silencio profundo. Nadie habla. No hay ganas. Es que se terminaba una jornada llena de dolor, de tristeza. Retumba en mi mente una frase que me dijeron varios en Progreso. «Ya nada será igual. Nada». Y tienen razón… Ellos ya no esperarán con ansias el verano europeo para ver llegar al ídolo. El Emi.
Comentarios de post