Los Reds revirtieron el 0-3 de la ida al golear por 4 a 0 al conjunto catalán y se metieron en la final de la UEFA Champions League. Decepción total en Messi y compañía.
Anfield volvió a transformarse en el Teatro de los Sueños y los jugadores de Liverpool en héroes. Mantuvieron la intensidad con la que disputaron el encuentro de ida pero esta vez revirtieron algunos roles con su rival. Sobre todo, el de la contundencia, que no habían encontrado siete días atrás en el Camp Nou. La falta de eficacia pasó para el lado español. No tuvieron un Messi, pero sí un once que, como dijeron en la previa, no se rindió. Y lo cristalizaron perfectamente en el campo de juego.
Liverpool salió al campo de juego a jugar a la ruleta rusa. A atacar desmedidamente con una buena cantidad de jugadores en ofensiva. Pero esta vez, serían certeros. De hecho, en la primera oportunidad que creó, fue eficaz. A los siete minutos, Origi, uno de los que Klopp eligió para suplir las ausencias de Salah y Firmino en ofensiva, terminó empujando debajo del arco un rechazo de Ter Stegen sobre Henderson.
Sin embargo, el gol no desestabilizó a Barcelona. Incluso, logró arrebatarle algo de posesión a Liverpool en comparación a lo que fue el encuentro de ida. Encontraba espacios teniendo en cuenta que los Reds no modificaron su postura luego del 1-0. Pero lo que no encontraron fue la contundencia. Messi estuvo increíblemente impreciso en la definición: efectuó dos remate anchos, Alisson le contuvo otro y sorprendentemente intentó realizar un enganche dentro del área desperdiciando una ocasión manifiesta de gol.
Para lo que sí estuvo lúcido Leo fue para asistir a sus compañeros. De hecho, sobre el final del primer tiempo habilitó a Jordi Alba que no pudo con Alisson y en inicios del complemento dejó cara a cara a Suárez que tampoco logró vencer al meta brasilero. En ese primer segmento del segundo tiempo, Messi también pudo mover el tanteador pero el uno del Liverpool estaba en su noche.
Difícilmente Jurgen Klopp tome decisiones sin fundamentos. En la ida, no se comprendió cómo decidió que sea Wijnaldum el centrodelantero del equipo ante la ausencia de Firmino. Allí, el holandés pasó desapercibido. Sin embargo, el tiempo le dio la razón al DT. Hoy lo mandó en el entretiempo a los ocho minutos, llegó desde atrás para conectar un centro de Arnold y vencer la débil resistencia ofrecida por Ter Stegen.
Fue luego de esta anotación que en Barcelona aparecieron los fantasmas de Roma. Se cristalizaba en la actitud de sus jugadores, totalmente perplejos, sin reacción ni rebeldía para sobreponerse a la coyuntura. Lo contrario sucedía en Liverpool, que no dejó pasar el envión anímico. Dos minutos después del 2-0, el holandés hizo un gol de nueve: conectó un centro desde la derecha y metió un testazo que dejó intacto a Ter Stegen. Anfield se caía y la perplejidad de los culés aumentó.
El gol definitorio de la serie caracterizó la noche de Barcelona en Londres. Restaban doce minutos para el cierre y Liverpool tenía un córner a su favor. Ter Stegen aplaudía buscando levantar el ánimo a su compañeros. La defensa le quitó la vista al balón. Arnold jugó rápido y el que no escatimó fue nuevamente Origi, que aprovechó la pasividad de sus rivales y metió una mediavuelta que puso el 4 a 0 final, la clasificación de los Reds y una nueva decepción culé.
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