En la vida, todos tenemos momentos que definen nuestra existencia. Episodios que, con el tiempo, se vuelven recuerdos preciados, constituyendo las bases de nuestra identidad y, muchas veces, de nuestra felicidad. Estos momentos, sean experiencias de juventud, relaciones pasadas o situaciones que nos marcaron, tienen un valor innegable. Es completamente natural desear preservar esa memoria: queriéndolos por lo que fueron, abrazándolos, reviviéndolos en una comida o hasta llevándolos en la piel, en forma de un tatuaje que lleva el autógrafo de lo que una vez fue. Sin embargo, existe un riesgo peligroso en aferrarse demasiado a esos momentos. En este sentido, el acto de «renovar eternos contratos con lo que fue» puede volverse una trampa emocional que nos impide avanzar y aprovechar lo que la vida tiene para ofrecernos en el presente y el futuro.
El pasado es una pieza fundamental de nuestra historia personal. Nos enseña, nos forma y, a veces, hasta nos define. Recordar lo vivido, celebrar esos instantes de felicidad, triunfo o incluso dolor, es una forma de rendir homenaje a todo lo que hemos sido. El deseo de revivir esas experiencias, de sostenerlas en nuestra memoria o de compartirlas con los demás a través de una comida, una reunión o un tatuaje, es una forma de conexión profunda con quienes fuimos. El abrazo que damos a ese pasado no solo es un gesto físico, sino un intento por mantener viva una parte importante de nuestra identidad. Sin duda, esto nos proporciona consuelo y satisfacción emocional. Sin embargo, el riesgo de aferrarnos excesivamente a este pasado radica en la tendencia a «renovar contratos eternos» con aquello que ya no es, con lo que ha quedado atrás. Las personas, las situaciones y los momentos no son estáticos. El tiempo avanza, y lo que fue una vez vibrante y pleno puede convertirse, con el paso de los años, en una sombra de lo que solía ser. El problema surge cuando nos aferramos a la idea de que esas experiencias deben perdurar indefinidamente, ignorando las lecciones que nos enseña el tiempo. El «contrato eterno» con el pasado, al final, nos limita y nos impide evolucionar. En lugar de permitirnos vivir el presente y mirar hacia el futuro, nos quedamos atrapados en lo que ya no está.
Es cierto que el tiempo pasa, y con él, las personas cambian. Sin embargo, también es cierto que el tiempo tiene la capacidad de renovarnos, de ofrecernos nuevas oportunidades, aprendizajes y relaciones que enriquecerán nuestra vida. La verdadera sabiduría radica en poder integrar lo que hemos vivido con lo que estamos viviendo, sin quedarnos anclados en un lugar que ya no existe. Aceptar que lo que fue no volverá, y que el tiempo se va, nos permite abrirnos a nuevas experiencias que, aunque distintas, también pueden ser tan valiosas y significativas como aquellas que formaron nuestro pasado. Por lo tanto, recordar y querer lo que fue es esencial, pero no debemos caer en el error de aferrarnos de manera eterna a esos momentos. Renovar el contrato con lo que fue puede ser un acto de nostalgia, pero también puede convertirse en un obstáculo para el crecimiento personal. Al aceptar que el tiempo avanza, podemos comenzar a renovarnos, aprovechar el presente y construir un futuro que, aunque diferente, esté lleno de nuevas posibilidades
Unión cerró una campaña positiva, que en ciertos momentos, llegó a ser muy destacada a lo largo de todo el torneo extenso, aunque deja la sensación de que el equipo pudo haber alcanzado objetivos más ambiciosos y mejores resultados si, a mitad de año, se hubiese tomado la decisión de incorporar algunos refuerzos que hubieran permitido fortalecer el plantel y mejorar el rendimiento en la segunda mitad de la competencia. A partir de ahora, el equipo disfruta de una licencia para su plantel, que se extenderá hasta la primera semana de enero, permitiendo a los jugadores un merecido descanso antes de retomar las actividades. Si bien es cierto que clasificó a la Copa Sudamericana por cuarta vez en su historia, no puede conformarse con esto. Futbolísticamente le faltan un montón de cosas. Involuciona cada partido, cayendo en un espiral de frustración y mediocridad que va en aumento. Esta falta de reacción y progreso no es casualidad, sino una consecuencia directa de la gestión del cuerpo técnico. La responsabilidad recae en el director técnico, quien, a pesar de los esfuerzos, no ha logrado encontrar una respuesta adecuada a las necesidades del equipo. Y, aunque los debates sobre su continuidad siguen siendo tema de discusión, la realidad es que, a estas alturas, ya no importa si firma o no firma el contrato. La cuestión es que Unión está estancado. El fútbol, como cualquier otra disciplina de alto rendimiento, exige cambios, ajustes y respuestas ante situaciones adversas. El proceso de crecimiento no puede detenerse, pero eso es precisamente lo que ha sucedido en Unión: un equipo que no solo no avanza, sino que retrocede constantemente. Lo que antes se veía como un equipo con buenas individualidades y un sistema que podía competir a un nivel alto, ahora es solo un conjunto desorganizado, incapaz de marcar la diferencia en los partidos clave.

La responsabilidad de este estancamiento recae en el cuerpo técnico, que no ha sabido sacar lo mejor de sus jugadores, mas allá de potenciar a Franco Pardo, quien es uno de los tres mejores defensores del fútbol argentino. Un técnico debe ser un líder, alguien capaz de transformar las debilidades en fortalezas, de mejorar el rendimiento de cada jugador y de encontrar soluciones en los momentos críticos. Pero, en lugar de eso, se ha visto a un Unión sin identidad, sin ideas claras y, lo más preocupante, sin reacción frente a la adversidad. Las constantes derrotas y el desgaste emocional que sufre el plantel son el reflejo de un trabajo que no da frutos.
Durante las últimas horas del sábado, Unión anunció la renovación de Cristian González hasta diciembre de 2025. Sin embargo, el equipo necesita una transformación más profunda, un cambio de mentalidad que debe empezar desde la cabeza. El club no puede seguir esperando que los problemas se solucionen por sí solos. La pasividad de la dirigencia y la falta de respuestas claras en el banco de suplentes solo agravan la situación. Y, mientras tanto, el equipo sigue perdiendo puntos valiosos y, lo que es peor, sigue perdiendo la confianza de su gente. Unión no puede permitirse seguir cayendo en la inercia de la mediocridad. Los jugadores no son los únicos responsables de esta situación; el cuerpo técnico tiene una gran parte de culpa. No es una cuestión de si el DT firma o no un contrato, sino de si el equipo tiene la capacidad de reinventarse, de aprender de sus errores y de dar una respuesta acorde a las expectativas. La dirigencia debe tomar decisiones drásticas, porque la situación no da más margen para esperar. El tiempo de las promesas vacías y las expectativas no cumplidas ha pasado; ahora es momento de actuar. El futuro de Unión depende de que el club tome las decisiones correctas, a nivel deportivo y estratégico. Y, sobre todo, de que se asuma la responsabilidad de que, si el equipo sigue involucionando partido a partido, el principal culpable está en el banco. Ya no importa si firma o no firma, lo que realmente importa es si el equipo tiene la capacidad de dar vuelta la página y mirar hacia el futuro con un proyecto claro y competitivo. El tiempo de los discursos y las excusas ha terminado.
Durante la conferencia de prensa en Casasol previo al partido de Vélez dijo: «Mi contrato es secundario. Lo que yo quiero es que se logre el objetivo. Me interesa renovar y está avanzado el tema. Pero yo no puedo priorizar eso, porque Unión es más importante que cualquier nombre. Lo que quiero es que se arme un gran equipo para seguir compitiendo. En las redes sociales, cualquiera dice cualquier cosa. Y hay comentarios que son realmente agresivos. A mi no me mueve la aguja si me putean o no, pero a los chicos del club hay que protegerlos. No es de Unión el que insulta a los jugadores, el que bastardea y desprestigia en las redes sociales es un cobarde”. Si bien es comprensible que el presidente, Luis Spahn, busque mantener el rumbo y dar estabilidad, resulta evidente que la apuesta por el DT está marcada por factores de mediocridad y promesas incumplidas. Esta renovación no solo parece una estrategia improvisada, sino también una clara muestra de conformismo, ya que el Kily demostró que es capaz de tener un rendimiento limitado, pero constante. Todavía le falta para ser un DT consagrado. Quizás en los próximos años, sea un técnico de elite, dirigiendo a los mejores equipos del mundo, pero la realidad es que todavía está haciendo sus primeras armas en Unión, y el club no se puede dar el lujo de darle las llaves del club a un aprendiz.
Cuento no menos de tres momentos en que el ciclo de González al mando de Unión, ya dio muestras de que estaba terminado. El primero fue el año pasado, donde ganó solamente cuatro partidos de los 18 que dirigió, y uno de ellos fue la salvación ante Tigre el 25 de noviembre -hace una semana se cumplió un año-. El segundo fue este año, cuando quedó afuera de la Copa Argentina ante Gimnasia de Mendoza, que hasta ese momento, no era el equipo sensación ni que daba muestras, meses más tarde, de jugar la final por el ascenso a la máxima división del fútbol argentino-. En el segundo semestre, los síntomas de fin de ciclo en Cristian González se agudizaron. Entre agosto de este año y diciembre, perdió 8 de los últimos 13 partidos. Luego de la derrota ante Platense, hacíamos un análisis minuciosos de los que ganó durante los primeros 13 de la tabla anual. ¿A qué rival importante le ganó? A Godoy Cruz y a Vélez. Entre un Cristian González que siempre miró desde arriba al Mundo Tatengue sin sobrarle nada como técnico (y faltándole demasiadas cosas) y una dirigencia sin poder de autocrítica, Unión, 7 de diciembre, está pidiendo por favor que lo mejor que le puede pasar es que termine el año, rasguñando un puesto por la Copa Sudamericana dentro de los primeros ¡13!, cuando en un principio se habló de que el objetivo era ir por la Libertadores. No es casualidad. Perpetuarse en el poder casi siempre termina saliendo mal. Es natural en el ser humano achancharse, aburguesarse, sentirse cómodo y empezar a hacer de menos. El poder es difícil de manejar y más cuando se está acostumbrado a recibir sólo afirmaciones sin sentido. Por eso González y Spahn son responsables del momento que vive Unión. Que el árbol no tape el bosque. Unión debe ir por más. No se puede conformar con ingresar a la Sudamericana, donde no lo hizo por mérito propio, sino que dependió de muchísimos factores como la liberación de cupos. A favor: la realidad es que logró meter a un plantel muy limitado en la Copa Sudamericana, lo cual, desde ese punto de vista, le otorga un mérito bien merecido. Si la dirigencia decide reforzar el equipo con nuevos jugadores, espero que el Kily deje de ser tan conservador con la elección del once inicial y, además, que sea más flexible a la hora de hacer cambios durante los partidos cuando algo no está funcionando como debería, ya que eso podría mejorar el rendimiento y las posibilidades del equipo en el próximo torneo.
El hincha se dio cuenta de que con un poco de maquillaje difícilmente las cosas cambien en serio, hay que tomar decisiones y no quedarse en la cómoda de dejar fluir. Desde la llegada de Cristian González al cargo de entrenador, han pasado tres mercado de pases en los que el club se encontró en situaciones comprometidas, casi siempre inhibidos hasta el último momento, sin la capacidad para reforzar el equipo de manera adecuada. En el más reciente mercado, incluso, la venta de jugadores clave fue inevitable, pero en contrapartida no se sumaron piezas importantes para sostener el proyecto. Esto genera una interrogante fundamental: ¿en qué fundamentos se basa el Kily para depositar su confianza en el presidente Spahn y sus promesas de que ahora sí la situación será diferente? La gestión en estos mercados no solo ha demostrado una falta de planificación estratégica, sino también una incapacidad para reforzar la estructura deportiva de cara a objetivos mayores. Por este motivo, cualquier promesa de cambio resulta poco confiable, especialmente cuando los resultados recientes no han sido satisfactorios y el equipo sigue dependiente de soluciones momentáneas en el esquema. Otro de los puntos críticos en la discusión es el estilo de juego que ha impuesto el actual cuerpo técnico. A lo largo de su gestión, el Kily González ha sido rígido con sus planteos, basándose casi exclusivamente en el esquema de línea de cinco defensores. Esto es preocupante, especialmente cuando los esquemas se vuelven predecibles y no se exploran variantes para adaptarse a circunstancias adversas. Por ello surge la pregunta: ¿está realmente el entrenador dispuesto a flexibilizar su sistema para responder a los desafíos competitivos que se presenten? La falta de alternativas en la estrategia podría convertirse en un punto débil que limite las posibilidades de éxito en el futuro próximo.
La falta de versatilidad táctica, sumada a los errores en los planteamientos, refleja un escaso margen de innovación. Esto no es un dato menor cuando se trata de un equipo que necesita resultados para salir de situaciones de crisis, tanto en el plano futbolístico como anímico. En este contexto, otro aspecto que merece análisis es la continuidad de jugadores clave como Franco Pardo. La pregunta es simple: ¿está asegurada su permanencia para la temporada 2025? Si la respuesta es negativa, es necesario plantearse si el reemplazo ya fue definido, ya sea de manera formal o verbal. Esto no solo habla de una falta de previsibilidad, sino también de los vacíos estratégicos en el armado de un equipo que debe afrontar nuevos desafíos en el próximo ciclo. En este sentido, es importante que el director técnico y la dirigencia compartan la responsabilidad de sostener el equipo, especialmente cuando la falta de recursos y planificación termina afectando la toma de decisiones en el armado del plantel. Por último, otro aspecto clave es la posibilidad de que, en caso de un nuevo fracaso, el Kily no pueda atribuir toda la culpa a la dirigencia. Como entrenador, ha asumido el riesgo de confiar en los planteamientos del presidente y aceptar las condiciones actuales del club. Esto implica una responsabilidad compartida, donde el margen para el error se reduce, ya que las decisiones estratégicas no pueden recaer únicamente en la dirigencia.
El Kily González tendrá que reflexionar sobre su posición y sus decisiones, evitando esquivar las responsabilidades que le corresponden como entrenador. La autocrítica y el análisis objetivo de los resultados son herramientas fundamentales para salir de este estancamiento. La apuesta por el Kily es, en definitiva, una apuesta por el statu quo: por el conformismo y por una estrategia que ha demostrado no ser sostenible a largo plazo. El futuro del club depende de respuestas claras a preguntas fundamentales: ¿Se ajustarán los esquemas de juego? ¿Se reforzará el equipo de manera adecuada? ¿Se asumirá la responsabilidad compartida frente a los fracasos futuros? Responder estas preguntas es clave para definir el rumbo de la institución en el mediano plazo. Por ahora, el anuncio de la continuidad de Kily González como director técnico es solo un borrón en un camino que debería ser más claro y prometedor para todos los hinchas que sueñan con un cambio real en la identidad y el funcionamiento del equipo.
El objetivo de Unión es dar el salto de calidad: campeón o Libertadores
Unión logró asegurar un presupuesto inicial de 900.000 dólares para el arranque de la competencia, cantidad a la que se le sumarán premios por mérito deportivo, los cuales consisten en un monto de 115.000 dólares por cada partido ganado durante el certamen. En el caso de avanzar hasta los octavos de final, cada club participante percibirá una suma de 600.000 dólares; mientras que, en caso de progresar hasta los cuartos de final, la cifra se elevará a 700.000 dólares; si el equipo llega a la instancia de semifinales, recibirá 800.000 dólares, y en caso de obtener el subcampeonato, percibirá la suma de 2 millones de dólares, ascendiendo a 6 millones en caso de conquistar el campeonato. Con la clasificación ya concretada, ahora es momento de comenzar con el trabajo para jerarquizar el plantel a partir de la incorporación de refuerzos que resulten estratégicos. Sin embargo, como fue publicado previamente por este cronista, este objetivo no debe ser considerado la meta más importante para el club. Unión debe establecer como prioridad el propósito de clasificar a la Copa Libertadores, una aspiración fundamental que ha sido una preocupación constante durante todo el año. El mérito de este plantel y de su cuerpo técnico radica en el hecho de haber atravesado una temporada sin presiones derivadas del descenso —situación que sí se experimentó el año anterior— y en haber logrado un objetivo que muchos consideraban improbable, como fue la clasificación para la Copa Sudamericana.
Cabe destacar que el entrenador solicitó la llegada de refuerzos en el último mercado de pases, petición que no fue atendida, situación que se replicó en el mercado de comienzos de año; sin embargo, el club afrontó ambos períodos de transferencias bajo condiciones de inhibición que, afortunadamente, no se repetirán en esta ocasión, lo que representa una oportunidad para fortalecer el plantel de cara a la competencia que se avecina. Es preciso construir una estructura competitiva para enfrentar una primera mitad del año que se prevé «movida», situación similar a la experimentada por Unión en el año 2022, cuando el equipo llegó a disputar partidos con una diferencia de apenas 48 horas entre ellos, situación que generó quejas por parte de Gustavo Munúa en ese momento. Durante el próximo calendario, el equipo tendrá la responsabilidad de participar en la Liga —aún con incertidumbre respecto al sistema de disputa con los 30 equipos que la conforman—, la Copa Sudamericana y la Copa Argentina, circunstancias que exigirán un considerable esfuerzo en el armado y la conformación de un plantel competitivo. En este sentido, el esfuerzo para la conformación del equipo también incluye la atención a las solicitudes del entrenador con respecto a aquellos futbolistas que ya forman parte del plantel y cuyos contratos tienen fecha de vencimiento próximamente; algunos de estos jugadores son considerados piezas clave para el esquema táctico del director técnico, por lo que su continuidad resulta esencial para encarar los desafíos de la próxima temporada
El título de Central Córdoba en Santa Fe, una pequeña mancha al 2024 de Unión
Desde la competencia que se jacta de ser la más federal del país, ha emergido un campeón proveniente de una provincia que hasta ahora no había celebrado un título nacional de la AFA. Santiago del Estero, que en el ámbito futbolístico está más de moda que nunca, ya lo venía siendo en las categorías de ascenso, donde las influencias de dirigentes de peso se tradujeron en favores arbitrales. Sin embargo, de una forma más legítima, Central Córdoba sorprendió al vencer 1-0 a Vélez y conquistar la Copa Argentina, torneo en el que ya había llegado a la final en 2019, enfrentando a River. Este logro representa un premio al orden táctico y a la disciplina que Omar De Felippe implementó en tan solo cuatro meses y medio de gestión, período durante el cual transformó a un equipo que, con la presencia del colombiano Lucas González, era una defensa permeable, en un conjunto más sólido y eficiente. Tal como expresó Matías Godoy, autor de un gol de carambola y reconocido por su sinceridad, al decir: “Quise tirar un centro”, el equipo pasó de un semestre sin victorias en 11 fechas a coronarse campeón. Godoy, de 22 años, se consagró no solo como bicampeón, al haberse coronado también con Estudiantes hace 12 meses, sino como goleador del certamen con cinco tantos.
Es comprensible que cualquier futbolista se sienta ofendido cuando los hinchas le exigen tomarse un partido con seriedad, ya que ningún jugador juega para perder, como todos responderían. Sin embargo, volvemos a cuestionarnos, por enésima vez, cuántas veces más la Copa Argentina debe demostrarnos que es un torneo aprovechable. Son solo seis partidos, que ni siquiera exigen ganar todos, ya que con empatar uno y tener un buen arquero para los penales, se puede conseguir el título, la posibilidad de otro y un boleto para la Copa Libertadores. La crítica hacia las derrotas no radica simplemente en el resultado; repasemos todos los equipos inferiores que dejaron fuera a Unión, pero lo que realmente se cuestiona es la manera en que afrontaron esos partidos, sin convicción ni actitud. El miércoles, ¡Central Córdoba salió campeón de la Copa Argentina! y, una vez más, se reabrió el debate sobre los proyectos deportivos y las razones por las cuales, en ocasiones, resulta tan difícil ser campeón. Sin duda, este título supone un golpe muy duro para Unión, un club que, en términos de presupuesto, infraestructura, historia y otros aspectos, es muy superior al Ferroviario. Sin embargo, el equipo santiagueño, con mucha menos historia y apenas siete años en la Primera División, logró su primer título, algo que, por ahora, el Tate no ha podido conseguir. Y en este caso, no se puede hablar de un proyecto a largo plazo ni de la jerarquía de un plantel.
Central Córdoba no dispone de un plantel superior al de Unión ni destina mayores recursos al fútbol, pero, sin embargo, se consagró campeón y el próximo año participará en dos copas adicionales (la Supercopa y la Copa Libertadores). El mayor mérito de este logro radica en que lo alcanzó cuando ya se había consumado su descenso de categoría. En este contexto, cuando los hinchas de Unión exigen, con justificada razón, una jerarquización del plantel y la incorporación de futbolistas de calidad, deben comprender que este es solo un primer paso, pero no garantiza el éxito. El ejemplo más claro de esto es el de Central Córdoba, un club ubicado en una ciudad con escaso arraigo futbolístico y que hace pocos años comenzó a competir en la Primera División. Esto, sin lugar a dudas, es lo que más duele a los hinchas de Unión, quienes se cuestionan por qué equipos como Patronato han logrado lo que el Tate ha perseguido durante tantos años. A veces, el fútbol parece seguir una lógica, pero en otras ocasiones, se quiebran todas las convenciones y nada tiene sentido.
Para alcanzar el título, el Ferroviario eliminó a conjuntos como Estudiantes (que había sido campeón de la Copa de la Liga), Huracán (que aún mantiene posibilidades de consagrarse campeón de la Liga Profesional) y Vélez (que, a pesar de ser el equipo más destacado del campeonato, desperdició una de las tres finales que disputó). Lo hizo sin contar con jugadores formados en sus divisiones inferiores ni con refuerzos de jerarquía. En cambio, armó un plantel con lo que pudo, basado en una mayoría de futbolistas provenientes del ascenso. Si se evalúa el plantel, es evidente que Unión posee, en términos de recambio y jerarquía, un equipo superior al de Central Córdoba. Sin embargo, eso no ha sido suficiente, y los resultados están a la vista. Por lo tanto, se puede señalar la responsabilidad al presidente Luis Spahn, pero también a los entrenadores y jugadores que han formado parte del club en los últimos años. Nadie puede hacerse el desentendido ni mirar hacia otro lado; todos comparten la responsabilidad de no haber logrado competir con serias posibilidades de obtener un título. Porque, en este caso, más allá de la falta de consagración, lo que se le reprocha a Unión es, con razón, el hecho de que ni siquiera ha logrado competir de manera seria, es decir, llegar al menos a instancias finales.
En los últimos años, clubes como Rosario Central, Central Córdoba, Talleres, Atlético Tucumán, Huracán y Tigre han logrado destacarse en la Copa Argentina. En 2018, Rosario Central se consagró campeón; en 2019, Central Córdoba llegó a la final, la cual perdió contra River; en 2021 y 2022, Talleres fue finalista; en 2017, Atlético Tucumán alcanzó la final; en 2014, Huracán se consagró campeón, y en 2019, Tigre logró el título de la Copa de la Liga, a pesar de haber descendido previamente. Mientras tanto, la mejor actuación de Unión en la Copa Argentina fue en 2016, cuando quedó eliminado en cuartos de final tras ser goleado 3-0 por River. Esto pone en evidencia las dificultades que el equipo ha tenido a lo largo de los años para superar las fases iniciales. Los títulos obtenidos por Colón, Patronato y Central Córdoba aumentan la presión sobre Unión, pues no han sido los grandes clubes los que han celebrado, sino aquellos que, sin contar con proyectos a largo plazo, han alcanzado el éxito gracias a una dinámica de trabajo eficiente.
En 2025 se cumplirán nueve años de la última vez que Unión llegó a unos cuartos de final (fue ante River en Copa Argentina). Ni Colón, ni Patronato, ni Central Córdoba se armaron específicamente para ser campeones. Estos hechos, por lo tanto, solo aumentan la frustración de los hinchas de Unión, quienes, a pesar de contar con más recursos que algunos de estos equipos, como Patronato, nunca han tenido la oportunidad de disputar una final. Esta realidad representa, sin duda, una enorme frustración para los seguidores del club. Algunos consideraron “histórico” que Unión clasificara a la Copa Sudamericana, pero los principales responsables de este estancamiento son la Comisión Directiva, encabezada por Luis Spahn, que permitió que se siguiera cultivando la mediocridad y el conformismo dentro del club. En un primer momento, consolidarse en la Primera División fue el objetivo principal, y se logró. Posteriormente, la participación en una competencia internacional también se alcanzó. Sin embargo, está claro que con estos logros no basta, y la gente demanda algo más. El título obtenido por Patronato ha sido un golpe contundente, que resuena en el universo rojiblanco.
En este contexto, todo hincha de Unión debe plantearse la siguiente pregunta: si Central Córdoba pudo ser campeón, ¿por qué nosotros no? Y por ahora, no hay respuestas claras. Seguramente existirán diversas explicaciones, algunas más lógicas que otras, pero la única verdad es la realidad, y es precisamente esta que más duele a los hinchas de Unión.
El partido
¿Y del partido que se puede decir? Ante Vélez, este mismo cronista se animó a decir que después de 61 partidos, el Unión de Cristian González dio un paso importante hacia adelante, quizás hasta dos, firmes, de esos que pueden marcar el camino y dejar huellas imborrables. Muchas veces este cronista se detuvo a criticar la idea de juego y el funcionamiento de este entrenador y de los jugadores, señalando los errores que, desde mi óptica, se repetían una y otra vez, incluso por encima del resultado, porque a la larga los resultados se mantienen con buenos rendimientos. Sin embargo, Unión es como Xuxa. La irregularidad volvió a hacer carne en este equipo. Se trata de un proceso que da algunos pasitos para el frente y otros para atrás. Se sabe, la regularidad es uno de los mayores desafíos que afronta cualquier equipo y Central no escapa a las generales de la ley, pero en la situación en la que está el Canalla el problema se potencia. Por la sencilla razón de que está corriendo una carrera en la que tenía la obligación de remontar varias posiciones.
Defensa salió decidido a ganar el partido, ya que, si sumaba de a tres, estaba adentro en la próxima Copa Sudamericana, con juego asociado, con pases en campo rival. A bordo del 4-2-3-1, Kevin Gutiérrez fue la figura en esos primeros 45 minutos. Fue el principal cerebro del equipo de Varela, asumiendo el rol de manejar los hilos del juego con una precisión que le permitía imponerse claramente en la mitad de la cancha, donde no solo distribuía el balón con criterio sino que también se convertía en el encargado de soltarse unos metros hacia adelante, agregando mayor dinámica al ataque y sumándose con más frecuencia y peligro al área rival. En determinados momentos del partido, especialmente en situaciones de salida desde el fondo, Gutiérrez retrocede estratégicamente para ubicarse entre los dos centrales, configurando así una línea de tres que no solo reforzaba la seguridad defensiva. Unión, por su parte, con un clásico e inamovible 5-3-2, le costó recuperar la pelota en esa primera etapa. Esperó de mitad de cancha hacia atrás, con un bloque medio bajo en 20-25 metros para tratar de capitalizar los posibles errores no forzados de Defensa y Justicia. En los primeros compases del partido, se exhibió claramente la identidad que tiene cada equipo; Defensa con el fútbol que le gusta a la gente y que nos tiene acostumbrados, al buen pie, al juego asociado, con toques de primera. El Tate decididamente replegado de contraataque, tratando de achicar los espacios.
A Lionel Verde (6) le costó hacer pie en la mitad de la cancha, ya que la pelota fue propiedad de Defensa y Justicia. Por momentos, le tuvo que dar una mano y ser rueda de auxilio de Mateo del Blanco, para contener los posibles desbordes de Cannavaro y Alanís. No fue del todo desequilibrante. Mejoró en el segundo tiempo. Aprovechó la llegada a gran velocidad, se encontró mano a mano con Enrique Bologna, quien estuvo a punto de cometerle penal con una salida arriesgada. Sin embargo, el joven delantero, con gran tranquilidad, sacó un disparo con su pie izquierdo que terminó impactando con gran precisión entre el palo y el ángulo derecho del arco, ejecutando la jugada más clara y peligrosa del partido. A pesar de no tener demasiado control del balón durante el encuentro, Unión fue capaz de generar las dos ocasiones más claras de la tarde. Por izquierda, Mauro Pittón (4) tuvo una discreta actuación, como el primer tiempo del CAU. Siempre se le destaca el despliegue físico, el cual mantiene cada vez que salta al campo de juego, caracterizándose por su esfuerzo y dedicación en cada momento del encuentro, sin dejar de mostrar su compromiso con el equipo, sin embargo, le faltó ser punzante cuando tuvo la pelota, meter ese pase filtrado, romper líneas y no lateralizar tanto.

Defensa y Justicia intentó atacar con pases filtrados a espaldas de Joaquín Mosqueira (5), quien también tuvo un torneo de altibajos. Unión defendió en línea y dejó algunos huecos en su zona defensiva. En varios partidos, su técnico reconoció que, en ciertos momentos, su equipo jugaba de manera desordenada, lo que se evidenció cuando Gonzalo Morales (4) tuvo que retroceder hasta la mitad de la cancha para pivotear. El exjugador de Boca sintió la falta de juego en el centro del campo y fue bien contenido por los defensores de Defensa y Justicia. Adrián Balboa (5) fue el jugador que más intentó y se movió por todo el frente de ataque. Tuvo solo un cabezazo, que fue bien controlado por Enrique Bologna. ¿A qué vamos con esto? A que, cuando tuvo que llegar a posiciones de remate, lo hizo en situaciones muy forzadas o sin fuerzas suficientes. Con el paso de los minutos, Defensa y Justicia comenzó a dominar el juego de manera absoluta, ya que rompía líneas, realizaba ataques combinativos y sometía a Unión desde todos los frentes, hasta que apareció Thiago Cardozo (7). La temporada del arquero uruguayo fue de menor a mayor. Llegó proveniente de Peñarol de Montevideo, y en los primeros partidos alternó entre titular y suplente, debido a la competencia con Nicolás Campisi, quien, a partir del año que viene, se trasladará al fútbol de Arabia. Finalmente, Cardozo le ganó la pulseada y no soltó más la titularidad del arco tatengue. Le tapó un mano a mano a Nicolás Palavecino y un gran cabezazo a Ramos Mingo en el segundo tiempo. Estuvo sólido en el juego aéreo, donde no concedió ningún rebote. El arquero tiene contrato hasta el 31 de diciembre de este año, y es un hecho que la Comisión Directiva de Unión buscará renovarle el contrato para los próximos años.
En todo momento, Defensa y Justicia mostró un mejor manejo de la pelota en la mitad de la cancha y logró generar mayor peligro sobre el arco del Tate. Lo de Unión fue inadmisible. No se pueden repetir los mismos errores en todos los partidos. Se deshacían de la pelota rápidamente, por lo que el dominio territorial y posicional era del Halcón. Los volantes del Tate corrían detrás de la pelota, y los encargados de hacer jugar al equipo pasaban totalmente inadvertidos. Lo positivo hasta ese momento era que, a pesar del dominio de Defensa y Justicia, el equipo local carecía de claridad en los últimos metros. Hace varias fechas que este cronista insiste en que el equipo es demasiado previsible. Ante la salida de Franco Pardo —el Kily decidió que no fuera titular por rotación y acumulación de amarillas—, Unión perdió criterio en el manejo de la pelota. No tiene salida por abajo, por lo que se ve obligado a romper líneas, ser vertical y buscar a los dos centrodelanteros, que parecen estar siempre a contramano de todas las jugadas. Por momentos, el partido se volvió monótono, como si se estuviera jugando al frontón, ya que todas las pelotas eran propiedad de Defensa y Justicia.
Y la imagen que dejó fue la que muestra habitualmente: desidia, endeblez, liviandad. Los jugadores, al menos esa fue la principal sensación que nos transmitieron, parecían tener ganas de irse de vacaciones, de cerrar este año. De hecho, el plantel ya está licenciado y volverá a entrenar en enero. A pesar de todo, Defensa y Justicia era un equipo bastante limitado. Tuvo un año irregular, donde, tras la asunción de Pablo De Muner, realizó un sprint final y llegó a la última fecha con posibilidades de clasificar a la Copa Sudamericana. No obstante, ese dominio no se traduce en situaciones de peligro, más allá de la única jugada del partido: el mano a mano de Palavecino frente a Cardozo, en el que falló en la toma de decisiones. Unión, por su parte, jugó con la misma pasividad de todos los partidos de visitante, aunque con la tranquilidad de que ya se aseguró su pasaporte a competiciones internacionales. Los únicos motivos futbolísticos que hacen suponer que Unión todavía no está perdiendo en el Tito Tomaghello son la falta de eficacia de Defensa y Justicia. Nuevamente, el Halcón tuvo la oportunidad de abrir el marcador. Esta vez, a la salida de un tiro de esquina, Ramos Mingo cabeceó solo, sin marca, y la pelota se fue por línea de fondo, a la base izquierda de Thiago Cardozo.
33 minutos le bastó a Unión salir de la siesta de Florencio Varela, y acá es donde participaron los laterales volantes. Por derecha, Francisco Gerometta (6) venía de ser una de las grandes figuras que tuvo la victoria de Unión ante Vélez. Es un lateral que no tiene tanta proyección, como si lo puede llegar a tener Lautaro Vargas, o tenía en su momento Federico Vera, sin embargo, en estos dos últimos partidos, ante rivales de mayor jerarquía, estuvo a la altura de las circunstancias. Priorizó la marca ante el tándem Galván y Pérez. Se animó a clausurar su lateral, apenas debiendo sufrir algún aislado desborde de Nicolás Palavecino, pero ganando mucho más de lo que perdió. Lo más llamativo fue el hecho de haber aguantado el ritmo que, se sabía, iba a tener el partido. No pareció tratarse de un jugador con muy poco rodaje durante todo el 2024 y se puede decir que cumplió hasta más allá de lo que se esperaba. Desde que llegó de Villa Ocampo, Tati fue construyendo su propio castillo de ilusiones. Nicolás Frutos le dio el visto bueno y Eduardo Magnín fue el que lo llevó a jugar en la reserva. Soportó una lesión de ligamentos que lo postergó durante un tiempo, se fue un año a Gimnasia y Esgrima La Plata y volvió con optimismo y dispuesto a tener su propia revancha. Apenas quedaba en la memoria aquel segundo tiempo en cancha de Lanús, donde anduvo bien. Pero era eso y nada más. Hasta que el Kily, en el partido más difícil y después de una actuación que él mismo calificó de «desastrosa» ante Platense, se la jugó. Arriesgó y no se equivocó. Por izquierda, Mateo del Blanco (6,5). desde que Bruno Pittón sufrió la fractura maxilar en el partido ante Newells, tuvo que hacerse cargo del carril izquierdo. Y si bien hubo partidos en los cuales no se sintió cómodo en su función, tuvo un aceptable partido. Generó la situación más clara de todo el primer tiempo para Unión con una volea de zurda que tapó Enrique Bologna. Luego, asistió con un centro a Adrián Balboa, y su cabezazo atrapó con facilidades el exarquero tatengue. Hubo pasajes que Defensa y Justicia decidió atacar mucho por su sector.

Nadie discutió que, cuando Unión oficializó a principios de 2024 la llegada de Miguel Torrén (3), ídolo y referente de Argentinos Juniors, al elenco santafesino, se incorporaba a un jugador con recorrido y jerarquía, que venía de dejar su huella en La Paternal. Por diferentes motivos, el defensor no logró adaptarse con firmeza al puesto, por lo que, en el marco de las variantes que probó Cristian González, ese lugar pasó a ser ocupado por Franco Pardo. Florencio Varela es un territorio en el cual no se siente cómodo. Otra vez tuvo un partido para el olvido. Una mala salida desde el fondo revivió la misma situación que vivió Unión en una de las fechas de la Copa de la Liga pasada. Bogarín fue más vivo que todos, le ganó el duelo, y cuando iba a rematar, apareció el bloqueo de un jugador de Unión, quien mandó el balón al tiro de esquina. No se sintió cómodo en ningún momento, y algunos de los juveniles tuvieron que estar atentos ante los posibles errores del veterano.
El resto de los zagueros centrales cumplió una labor aceptable. Nicolás Paz (6) no terminó de coronar un buen año, sobre todo en lo personal, ya que fue amonestado en varias ocasiones, lo que le costó algunas sanciones y la pérdida de partidos, además de las decisiones tácticas del Kily González. Retomó su titularidad en los dos últimos partidos del año y es otro de los jugadores que estuvo a la altura de las circunstancias. Fue sólido y criterioso, recuperando el nivel que lo llevó a la selección en 2023 y destacándose como uno de los mejores defensores de la línea de cinco. Le metió un gran pase a Lionel Verde, en lo que fue la situación más clara que tuvo Unión a lo largo de todo el segundo tiempo —y del partido—.
Por otro lado, Valentín Fascendini (6), aunque seguramente no será tenido en cuenta para el proyecto deportivo de Unión en 2025, tuvo su mejor partido desde que llegó a la entidad de López y Planes. Demostró ser uno de los más firmes y sólidos en la línea defensiva durante todo el encuentro. Mostró seguridad y confianza en cada intervención, aprovechando al máximo la oportunidad que se le brindó para ganarse un lugar en el equipo titular y destacarse como uno de los jugadores más sólidos de la zaga.
Un segundo tiempo donde Unión tuvo ratitos de buen fútbol
Unión comenzó el segundo tiempo de la mejor manera posible, con una jugada destacada protagonizada por Thiago Cardozo, quien realizó una salida precisa y un pelotazo largo al frente, que llegó justo a los pies de Lionel Verde. Este, aprovechando la llegada a gran velocidad, se encontró mano a mano con Enrique Bologna, quien estuvo a punto de cometerle penal con una salida arriesgada. Sin embargo, el joven delantero, con gran tranquilidad, sacó un disparo con su pie izquierdo que terminó impactando con gran precisión entre el palo y el ángulo derecho del arco, ejecutando la jugada más clara y peligrosa del partido. A pesar de no tener demasiado control del balón durante el encuentro, Unión fue capaz de generar las dos ocasiones más claras de la noche. A medida que transcurren los minutos, Defensa y Justicia comienza a mostrar ciertas fisuras en su defensa, dejando espacios cada vez más evidentes que, sin embargo, Unión no logra capitalizar, a pesar de que tiene algunas oportunidades para aprovechar esos huecos y generar peligro en el área rival.
Pablo De Muner realizó cambios para ir en busca de la victoria: sacó a Osorio y metió a Miritello para jugar por todo el frente de ataque, y antes, sacó a Bogarín para dar ingreso a Herrera como mediapunta. A pesar de todo, Unión comienza a hacer méritos, al menos, para abrir el marcador. Mosqueira, quien inauguró el 2024 con un zapatazo de larga distancia ante Racing en el Cilindro de Avellaneda, intentó emularlo, 11 meses después, en Florencio Varela. Gran disparo del volante central, pero Bologna respondió de manera espectacular, comenzando a ser figura del partido. Así como Bologna era figura en Defensa y Justicia, Thiago Cardozo era determinante en el arco tatengue. Otra vez, Unión vuelve a sufrir muchas falencias en el juego aéreo, donde, a lo largo de toda la noche, nunca logró encontrar la forma de marcar a Ramos Mingo. El golpe de cabeza fue bien respondido por el uruguayo en dos tiempos.
A los 23 minutos del segundo tiempo, el Kily metió mano en el equipo, y lo hizo en la mitad de la cancha con la salida de Lionel Verde, quien fue de menor a mayor, y el ingreso de Enzo Roldán (4), quien casi no entró en conexión con los delanteros, ingresó en un tramo donde los dos se dedicaron a cuidar el empate. A diferencia del primer tiempo, Unión empezó a tomar el control de la pelota, pero entre los centrales. Defensa y Justicia lo esperaba en un bloque medio, decidiendo no presionarlo en la salida, sino cuando cruzaba la mitad de la cancha. Lucas Gamba (-) entró por Adrián Balboa y Jerónimo Dómina (-) por Gonzalo Morales para intentar darle más frescura y desequilibrio. Los últimos 25 minutos no ocurrió absolutamente nada digno de mención; fue un encuentro que apenas tuvo emociones, con una actitud completamente pasiva de Unión, que, en lugar de buscar la victoria, se limitó a tocar la pelota de un lado a otro entre los centrales sin generar ningún tipo de peligro. Por su parte, Defensa y Justicia se mostró igual de indiferente, sin salir a presionar, limitándose a esperar el paso del tiempo, conformándose con un empate que, a fin de cuentas, les aseguraba la clasificación a la Copa Sudamericana, pero sin ninguna intención de luchar por algo más.
Lo único que dejó el partido fueron un par de movimientos tácticos: el debut de Emilio Giaccone, quien ingresó por la salida de Joaquín Mosqueira, y la entrada de Lautaro Vargas en lugar de Francisco Gerometta. A pesar de estos cambios, en ningún momento el Kily González rompió la línea de cinco defensores, manteniendo una estructura cautelosa y conservadora durante todo el encuentro, sin intentar arriesgar ni modificar el planteamiento para buscar una mayor agresividad en ataque. Unión cierra un año donde le costó mucho sumar triunfos y goles en la ruta, pero con el deber cumplido de lo que se propuso este plantel y plasmó ni más ni menos que venciendo al puntero del certamen. Jugará la Copa Sudamericana 2025 y entonces todo es felicidad.
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